¿Para cuándo has dicho?

Leo en El País que la Sagrada Familia, el icono por excelencia de Barcelona, “quiere crecer más“. El problema viene de lejos, ya que el arquitecto que concibió el templo, Antoni Gaudí, limpió sobre el papel parte de las manzanas de viviendas que rodean su obra para que tuviera una perspectiva más ventajosa. Ahora, la junta que se encarga de continuar con la construcción plantea, de forma un tanto retorcida, la demolición de la manzana colindante con la futura Fachada de la Gloria (aún sin construir), así como otra más hacia el sur, de modo que el conjunto arquitectónico pueda apreciarse sin obstáculos desde la Avenida Diagonal.

Admiro la obra de Gaudí y siempre que he ido a Barcelona me he acercado a ver cómo está. Creo que estoy componiendo una especie de película mental de stop motion a gran escala con la Sagrada Familia. Me cuesta, sin embargo, asumir una actuación de este estilo; las ciudades son construcciones eclécticas por naturaleza (por la naturaleza humana, quería decir). Por sublime que sea el arte —y no todo el mundo está de acuerdo en esto— las humildes manzanas de viviendas también tienen su lugar.

Pero, sobre todo, lo que más me cuesta es comprobar que tenga que dejar a mis hijos la contemplación de la última catedral (en inglés diría ultimate, que no es exactamente lo mismo) terminada. ¡50 años más!