No soy un usuario novato típico de Linux, ya que empecé en mis años mozos de estudiante con las primeras versiones de Red Hat (ahora sería Fedora). He probado muchas distribuciones, y he compilado algunos núcleos, pero he de admitir que lo dejé por falta de tiempo. Llega un momento de la vida en el que uno sienta la cabeza y se pone a trabajar en serio. Más en serio cuando tienes hijos.
Migrar mi portátil a Ubuntu ha sido una experiencia emocional. Como una vuelta a los años no necesariamente más felices de la juventud. Llevaba ya un tiempo planeándola: y el primer paso siempre consistía en bajar el CD y probarlo en modo live, con un criterio de aceptación: 100% de dispositivos reconocidos automáticamente. Soy perfectamente capaz de seguir un howto, de instalar módulos en el núcleo y de reconfigurar lo que se ponga por delante con una consola de bash, pero aun sabiendo por Murphy que de todos modos tendría que hacerlo, deseaba reducirlo a un mínimo.
Los evangelistas que en el mundo son dicen que Ubuntu está “listo para el escritorio” —con la versión 6.06 “Dapper Drake” y con mi (poco) portátil HP nx9010 casi llevaban razón. La versión 6.10 “Edgy Eft” acercó bastante el objetivo, pero no lo consiguió del todo —había un tufillo de aproximación asintótica en el ambiente: a la vez, estaba probando las últimas versiones de Mandriva y Fedora con un éxito similar. La última versión, 7.04 “Feisty Fawn” se enfrentaba a una discontinuidad, un reto más complejo.
Cambié de portátil. Un HP Compaq tc4200. Nada menos que una tableta ultraligera, sin unidades de disco (ni flexibles, ni ópticas). Con Windows XP Tablet PC Edition y controladores difíciles por los cuatro costados (lector de tarjetas SD, lápiz, pantalla giratoria, bluetooth). Siempre he sabido que Linux es más difícil de instalar en los portátiles que en los ordenadores de sobremesa, pero esto ya era ridículo. ¿Qué podría hacer el fauno fiestero frente a la penúltima* tecnología Designed for Microsoft Windows XP?
No tengo ninguna necesidad de mentir diciendo que la instalación fue perfecta a la primera, pero después de no demasiado trabajo tengo un portátil ciertamente sexy, totalmente funcional y linuxero. La batería dura más. Subjetivamente, corre más. No falla (crucemos los dedos) al despertar después de una hibernación —esto pasaba bastante con Windows; tras pasar por uno o dos ciclos de hibernación, invariablemente empezaban a ocurrir cosas, sobre todo con el WiFi. Y, por encima de todo esto, cuando quiero mejorar algo, añadir algún componente o cambiar algún ajuste oscuro, tengo el control.
En los siguientes artículos describiré los (tres) problemas que tuve y las soluciones que apliqué, pero hay una conclusión que ya puedo extraer de todo el proceso, y que quiero hacer constar aquí en forma de consejo. Si se cumplen estas condiciones:
- Estás descontento con Windows, no tienes incentivos para migrar a Vista, o simplemente tienes curiosidad…
- Has usado OpenOffice.org últimamente y has visto que cubre tus necesidades…
- Tienes ganas de aprender…
Entonces Linux ya es para ti. Ubuntu, para ser más específico (pero otras opciones también podrían servir; no quiero entrar en guerras de religión con nadie). Hasta la próxima.