Nacionalizar la SGAE

O abolir el monopolio en la gestión de derechos de autor. Como trabajador intelectual, no estoy necesariamente en contra del canon; supone una presunción de culpabilidad para el usuario final, pero sólo porque está presentado con dosis generosas de autocompasión y escasas de prudencia por parte de la industria en general y de nuestro entrañable amigo Teddy Bautista en particular. Obviando este nimio —e inconstitucional— detalle, el canon, decía, no es necesariamente perverso.

Sí lo es, opino, la sociedad que gestiona, en régimen de monopolio, los derechos de autor en este país, y por una cuestión de principios que puedo resumir en una frase:

Lo único, público.

En una economía europea, en constante tensión entre la libertad de mercado y la regulación del Estado, un monopolio privado es una anomalía seria que afecta a las condiciones más elementales de concurrencia entre productores y consumidores, así como a los derechos de ambos. La Comisión Europea intenta, con el apoyo de los Gobiernos de la UE, corregir estos cánceres económicos, como en el ya largo caso de Microsoft. ¿Qué hacer con la SGAE? A falta de uno, propongo dos planes:

  • Liberalizar la gestión de derechos de autor. Las diferentes sociedades podrían competir entre sí mediante la segmentación de servicios ofrecidos a los creadores. Como punto en contra, se favorecería la creación de un ecosistema ineficiente de gestores, auditores y consultores independientes (como en cualquier otro mercado, vaya). No menos importante, el sistema requeriría de vigilancia constante para evitar su reversión a una situación monopolística por adquisiciones y fusiones o, más probablemente, por colusión de entidades y formación de un oligopolio.
  • Nacionalizar la gestión de derechos de autor. Se terminaría así con la opacidad del reparto, que obedecería además a criterios sociales y no a la supuesta “importancia” de un creador. A cambio, se facilitarían situaciones de clientelismo político —que, para hacer honor a la verdad, tampoco son desconocidas en la situación actual.

Ambas son posturas válidas, si bien ideológicamente opuestas. Personalmente, me inclino por la segunda opción, pero respeto la primera y aprecio sus virtudes; lo que no es aceptable es mantenella y no enmendalla. Si pretendemos una gestión privada de los derechos de autor, hay que desmontar el monopolio de la SGAE. Si, por el contrario, queremos una sociedad de autores única, tiene que ser de todos. Lo de ahora recuerda, algo más que vagamente, los pasados tiempos de los sindicatos verticales.