John Von Neumann era un genio. Muchos pasos más allá de los meros mortales, era capaz de vencer a una computadora llena a rebosar de válvulas y conexiones en el cálculo más complejo. Computadora que había definido teóricamente, diseñado y construido, dando así la salida para la revolución tecnológica más importante de finales del siglo XX y comienzos del XXI. Desarrolló desde cero la teoría de juegos como una forma de contestar a la pregunta de si habría algún modo óptimo de jugar —y ganar— al póker. Mientras hacía esto, su contribución al Proyecto Manhattan permitía crear el arma definitiva, una que, de haber sido usada, habría terminado con la revolución de las computadoras, y probablemente con la civilización.
Thomas Schelling era un adicto a los cigarrillos. Economista y profesor en Harvard, no era un prodigio. Sin embargo, su capacidad de observación de la naturaleza humana combinada con el instrumento de Von Neumann, la teoría de juegos, le capacitó para realizar la mayor de las hazañas científicas de nuestro tiempo: evitar la guerra termonuclear global.
Ambos científicos tenían acceso de primera mano a la cúpula del gobierno de los Estados Unidos. Von Neumann, húngaro de nacimiento, odiaba profundamente a la Unión Soviética por la ocupación de su país natal al final de la última Gran Guerra. No era más que una coincidencia que su teoría de juegos le permitiera, de un modo totalmente desapasionado y racional, hacer declaraciones como esta a finales de los años cuarenta:
If you say why not bomb them tomorrow, I say why not today?
(Revista Life)
Los rusos aún no tenían la bomba, pero los eficaces espías de Stalin estaban ya por entonces llevando los planos al Kremlin. Von Neumann, asumiendo la inevitabilidad del conflicto que se derivaba de considerar la vida y la guerra como una inmensa partida de póker perfectamente racional, apostaba por el órdago mientras fuera posible. Quizás por fortuna (es extraño decir esto de un genio), Von Neumann murió en 1958 de un cáncer óseo que le hizo vivir sus últimos años amarrado a una silla de ruedas, como un perfecto Doctor Strangelove —en él se basó otro genio, Kubrick, para perfilar el personaje de Teléfono Rojo….
Schelling estuvo allí para vivir la crisis de Berlín, y después la de los misiles cubanos. La guerra pudo haber estallado en cualquier momento, pero no lo hizo. Utilizando la teoría de juegos, recomendó el establecimiento de una línea de comunicaciones fiable e instantánea entre Washington y Moscú como primer antídoto frente a la ignorancia del adversario: el famoso teléfono rojo. Era más bien un teletipo con múltiples líneas redundantes que los operadores a un lado y otro del telón de acero probaban cada día, enviándose amistosos saludos. Instauró también los juegos de guerra, en los que participaron Kissinger y Bobby Kennedy, entre otros muchos actores de primera fila. ¿Qué diferencia clave hubo entre Schelling, fumador compulsivo y el recto Von Neumann, para que sus enfoques sobre la estrategia de la Guerra Fría fueran tan divergentes?
Von Neumann resolvió un problema matemático (una versión simplificada hasta el extremo del póker) e hizo la hipótesis de que la guerra funcionaría del mismo modo. En el póker, cuando uno de los oponentes gana, los demás pierden precisamente en la misma cantidad. Es lo que se llama un juego de suma cero. La reflexión de Schelling, que lo revela como un genio de capacidad infinitamente mayor a la de Von Neumann, consistió en darse cuenta de que la guerra, y la vida en general, no funciona así. De hecho, ambos contendientes pueden ganar de un modo extremadamente sencillo: no jugando (la película de 1983, Juegos de Guerra, está inspirada de forma clara en estos argumentos). El “teléfono rojo” estaba dirigido a evitar que un accidente llevara al mundo a la catástrofe. La estrategia de disuasión, la carrera de armamentos, las guerras satélite libradas por delegación y el tabú nuclear —basado en la doctrina de Schelling de que no se puede usar “un poco” la bomba, al igual que un alcohólico en rehabilitación no puede beber “sólo una copa”— permitieron que hoy esté escribiendo esta historia en un avión camino, precisamente, de la patria de Von Neumann tras el antiguo telón de acero. Permitieron que vosotros estéis leyendo esto en un ordenador concebido, en sus principios básicos, por Von Neumann.
También le permitieron a Schelling recibir en 2005 el Premio Nobel de Economía —no, curiosamente, el de la Paz. En su discurso de aceptación, pronunció estas hermosas palabras:
The most spectacular event of the past half century is one that did not occur. We have enjoyed sixty years without nuclear weapons exploded in anger.
Texto completo del discurso de aceptación del Premio Nobel de Economía de Thomas Schelling
Comentarios
Comenta en el blog con tu perfil en el Fediverso, simplemente contestando al post correspondiente del perfil @blog@brucknerite.net.
4 respuestas a «El matemático y el economista»
Es una historia muy bien descrita y escrita sobre la guerra que nunca ocurrió—ya tenemos de sobra… ¡Enhorabuena!
Muchas gracias, amiguete. Me alegro de que te hayas decidido a comentar, y espero que también lo hagas cuando no te guste. Un abrazo.
No conocía los detalles de la historia. En este libro, se establece un paralelismo entre las vidas de von Neumann y Wiener, incidiendo especialmente en las cuestiones morales que plantea el desarrollo científico.
Wiener consideraba que el científico tenía el deber de velar por que el buen empleo de sus aportaciones (y pensaba muy especialmente en el gobierno y el ejército). “Cibernética” tiene algunas referencias veladas a “cierto científico que se deja fascinar por el poder de las armas nucleares”.
Muy interesante que saques a colación a Norbert Wiener; es otra antítesis de von Neumann. En cierto sentido, von Neumann estuvo rodeado de antítesis: incluso alguien tan involucrado en el Proyecto Manhattan como Oppenheimer supo ver (y sufrir) las implicaciones morales de lo que habían hecho; von Neumann se limitó a hacer un comentario irónico y proceder a recomendar el lanzamiento de la bomba sobre Kyoto (que había estado relativamente protegido de los bombardeos convencionales, probablemente por su valor artístico).