Es verano, pero hace un frío inusual fuera. Las paredes de papel del apartamento en el centro de Leningrado, no lejos del Neva, parecen transpirar ese frío húmedo, cruel, que tan sólo el humo del tabaco —también papel, en su mayor parte— parece conjurar con una apariencia de calidez. Dmitri Dmitrievich sostiene entre sus manos temblorosas un ejemplar de Pravda de hace unos días. En el, un crítico, un nombre cualquiera que el miedo ha transformado en el mismísimo Gran Padre ¡o quizás Él mismo! se despacha con precisa ferocidad contra su última obra.
Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk llevaba cerca de dos años en cartel en el Maly Operny. Se diría que con un éxito más que razonable. No se le puede gustar a todo el mundo cuando se sale de los caminos trillados, pero así avanza el ideal, la cultura del pueblo. Y el pueblo —y la crítica— aplaudía. Sí, aplaudía. Pero de repente, los que antes cantaban sus alabanzas niegan ahora haber estado siquiera cerca del teatro en todo este tiempo. El frío parece haberse extendido por las caras de la gente en forma de sonrisas congeladas. Dmitri Dmitrievich teme que le reconozcan por la calle. Casi no sale. En noches como ésta vela en un raído sillón junto a la puerta. Todos los ruidos parecen el motor del ascensor arrancando, pasos en su rellano, la cerradura girando lentamente, accionada por una llave ajena.
“Confusión en vez de música”. “Formalista”. “Burda, primitiva, vulgar”. En otro lugar serían solo palabras, pero no ahora, no aquí. Por mucho menos, por nada, a veces, conocidos y amigos de Dmitri Dmitrievich han desaparecido sin dejar rastro. Sus pasados, borrados. Nunca estuvieron ahí. Su mismo valedor, Mijaíl Tukhachevsky, Mariscal de la Unión Soviética, había sido ejecutado como conspirador y enemigo del pueblo. Dmitri Dmitrievich sabe quién será el siguiente.
Sin prisa, pero con la sensación de estar luchando por su vida, Dmitri Dmitrievich se sienta en su escritorio. Abre un cajón y mira la pila de papel pautado, escrito a medias. Huele a polvo. Toma una hoja. Escribe a lápiz, con pulso algo tembloroso:
Quinta Sinfonía
Dmitri Dmitrievich Shostakovich
Respuesta musical de un artista soviético a unas críticas justas.