Las fuentes de energía son un problema para el que no las tiene, y en la Europa de Alemania para allá la cuestión se está poniendo puntiaguda al mismo ritmo al que crecen los carámbanos de la última ola de frío. Planteemos la cuestión desde la más abyecta ignorancia. Gazprom tiene un problema con Naftogaz de Ucrania: ésta no paga. Naftogaz, a su vez, tiene un problema con Gazprom: le han cortado el gas. La cuestión es que de los gasoductos que unen Rusia con el resto de Europa, la mayor parte pasa por Ucrania. Sin duda, a más de un neocon se le ha escapado estos días aquello de que con la Unión Soviética estas cosas no pasaban.
Es precisamente esta forma de pensar nos impide ver más allá. La URSS no se transformó en Rusia mágicamente: activos soviéticos quedaron repartidos por diferentes territorios. En el caso particular de hoy, el gas está en Siberia —Rusia, y los gasoductos, en Ucrania. Ambos tienen valor. Igual que Rusia tiene derecho a recibir un pago justo por su combustible, Ucrania debe mantener la infraestructura de transporte, con un cierto coste. ¿Cuánto? Tanto como le cueste el gas ruso para consumo propio.
Rusia y Ucrania se hallan en un abrazo mortal: un país no puede prescindir del otro, y en su guerra anual por la energía están condenados a hacer tablas. Si unos quisieran aumentar el precio del gas, a los otros les bastaría compensar con una subida equivalente de los costes de infraestructura. A la inversa, un peaje más elevado sería inmediatamente igualado por un aumento del precio de la materia prima. Todos los años se repite este ballet absurdo en el que rusos y ucranianos intentan sacar tajada del otro para quedar en equilibrio hasta la expiración de los contratos. Pero ninguna de las partes implicadas es más incapaz que la otra. Como se pregunta Jerôme Guillet en el Financial Times: ¿por qué esta charada anual?
El artículo del Financial Times llega a la conclusión de que la lucha no ocurre entre Rusia y Ucrania, sino entre oligarcas (desconocidos) dentro de dichos países, representados por diferentes facciones políticas. Mi propia postura suele evitar interpretaciones conspiratorias, achacando las causas de los problemas a la incompetencia o al egoísmo individuales siempre que es posible —y ocurre casi siempre, con un valor de “casi” cercano al 100%. Pero aprovechando el año nuevo, echaré una cana al aire para avanzar otra interpretación, más ominosa, del asunto. Y si…
Rusia, Ucrania, sus políticos proxy y sus oligarcas en la sombra saben perfectamente que dependen los unos de los otros en un poco sutil juego de suma cero. Si desean aumentar colectivamente los beneficios de sus operaciones es necesario atraer a la lona a un tercer participante. Presentamos a Europa del este, con una dependencia más que confesable del gas ruso y los tubos ucranianos. Europa del este no es mal primo para timar: la adicción le puede y tiene una mamá que le pagará el vicio a cualquier precio, la Unión Europea. Simplificando mucho el plan, puede quedar así: Gazprom sube los precios del gas. El gobierno de Ucrania se niega a pagar. Rusia corta la parte del suministro que corresponde a Ucrania, pero como las tuberías pasan por allí, el gobierno ucraniano se incauta del gas dirigido a Europa por razones que no hace falta explicar (incluyen puñetazos y complementos gonadales varios encima de una mesa). Bulgaria, Rumanía, Grecia y todos sus amiguitos empiezan a pasar frío. Alemania pone el grito en el cielo, y acabamos pagando todos. Hasta la subida del año que viene. Qué poca imaginación tengo, que sólo se me ocurren conspiraciones más que probables.
Comentarios
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Una respuesta a «Una teoría conspiratoria al año no hace daño»
¡¡Muy buena!! Otra:
Unos mafiosos desalmados que tienen fábricas de bombas racimo en España se las venden a los Israelitas.
Éstos las utilizan para matar a niños palestinos, con el fin de ganar las próximas elecciones y evitar una paz que sería desastrosa políticamente para ellos.
Finalmente el gobierno de España envía ayuda humanitaria que acabamos pagando todos.
Esto de «acabamos pagando todos» me suena. ¿No lo habíamos oído ya para el tema de los bancos?
Feliz Año,
Antonio