Realidad aumentada

Cuando se piensa en realidad aumentada, lo que suele venir a la cabeza es una especie de pantalla auxiliar que ofrece una visión “enriquecida” de las cosas, a lo Terminator, generalmente montada en unas gafas especiales —o incluso en unas lentillas, si nos ponemos más futuristas. Sin embargo, aunque ya existen implementaciones del concepto, ninguna de ellas parece estar tomando el mercado al asalto, à la iPod. ¿Quizá porque al usuario en potencia no le gusta parecer imbécil ante sus congéneres? ¿Tal vez porque tenemos bastante con las múltiples pantallas en nuestros coches para estrellarnos a gusto contra las farolas? ¿Un mundo de zombis lentos (por la sobrecarga sensorial) y con la mirada perdida en el infinito no parece lo más deseable? Si extrapolamos la sensación de ver a una persona hablando con el aire —enganchada a un auricular Bluetooth— a un aparato que ocupe un porcentaje más significativo del ancho de banda sensorial, el resultado puede ser cualquier cosa menos elegante. Aún así, de la bola de cristal podemos deducir una serie de condiciones de contorno para el despegue de esta tecnología:

  • La primera implementación popular de la realidad aumentada será en forma de gafas. Dejaremos las modificaciones quirúrgicas para más adelante.
  • El caso de uso de esta realidad aumentada tendrá lugar mientras estamos sentados; cualquier otra cosa sería una pesadilla en manos de las compañías de seguros.
  • Aprovechando que estamos sentados, el ordenador al que estén conectadas las gafas tendrá unos requisitos de tamaño algo menos restrictivos. No convendrá, sin embargo soltarse la faja; veremos por qué.
  • Ayudará el entorno: la primera implementación ocurrirá en un lugar donde acudir a este tipo de entretenimientos sea considerado aceptable por nuestros iguales: es decir, que la alternativa de no hacerlo requiera dosis sobrehumanas de paciencia.

En cierto sentido restringido, podría decirse que las fuerzas aéreas ya disfrutan de una primera versión de realidad aumentada por medio de los de las cabinas de determinados aviones y coches. Aunque el común de los mortales y un piloto de caza tengan, a priori, tanto en común como un huevo y una castaña —a saber, son de tamaños parecidos y están hechos de materia orgánica—, esta aplicación temprana de la realidad aumentada nos podría dar una pista de por dónde van a dirigirse las tendencias del futuro.

Con total probabilidad, la primera realidad aumentada práctica surgirá en un entorno de alta tecnología, probablemente aeronáutico. He aquí la justificación de no dejar totalmente de lado las limitaciones de peso, y más ahora que se plantea empezar a cobrarnos por subir al avión según demos en la báscula.

Con estos condicionantes de partida ya estamos en condiciones de emitir un pronóstico. La primera aplicación comercial de la realidad aumentada se dará a bordo de un avión de pasajeros. Las gafas tendrán, como principal aplicación, actuar como fuente de ingresos adicional —permitiendo separar a quienes reciben contenido multimedia de los que no—. No podemos llamar “realidad aumentada” a la simple distribución personalizada de películas, a menos que extendamos la definición para cubrir las mejoras corporales que se aplican actores y actrices. Pero, ¿y si pudiéramos ver algo similar al Google Earth?

Añadamos a nuestras gafas sensores de posición de la cabeza, para ir variando el encuadre, de modo que el pasajero pueda visualizar, en tiempo real, lo mismo que vería si el avión fuera transparente, enriquecido con etiquetas de mapas, enlaces a la Wikipedia, fotos geolocalizadas extraídas de Flickr o Panoramio… No sé vosotros, pero yo me pasaría un buen rato mirando algo así. La película la dejaría para cuando volara sobre el océano.