No, we can’t (reprise)

La serie de fracasos que arrastra la en su intento por encontrar un sucesor al (nombre formal del programa de transbordadores espaciales) ha llevado a muchos comentaristas a sugerir que la solución a los vuelos espaciales tripulados pudiera estar en la formación de un consorcio internacional de agencias espaciales. A fin de cuentas, si un programa de vuelos tripulados supone un coste tan astronómico, ¿qué mejor forma de sobrellevarlo que repartiéndolo entre el mayor número de contribuyentes posible? Y ya que pregunto, ¿por qué decimos astronómico y no astronáutico para hablar de grandes cantidades de dinero? (Pista: tampoco decimos militar para lo mismo, y sería más apropiado.)

A ver, por dónde empiezo… No. Probablemente Otto von Bismarck no dijo nunca aquello de “Cuanto menos sepa la gente sobre cómo se hacen las leyes y las salchichas, mejor dormirá por la noche”. Seguramente tampoco dijo nada parecido acerca del funcionamiento de la , su , su para I+D+i y la madre que los parió a todos —quien sepa de lo que hablo me disculpará el exabrupto. No hay manera humana de convencerme, a estas alturas, de que la , “nuestra” agencia espacial, funciona de otra manera. Por ejemplo, no tenemos un programa tripulado porque habría hecho falta contratar, entre expertos en seguridad y salud y secretarios adjuntos a la subdirección del comité para la gestión de la transferencia tecnológica a toda la población activa de Europa, y aún faltaría gente. ¿Cómo ibamos a pagarles a los agricultores sus subvenciones anuales para que no produzcan?

Pero no se trata de un problema endémico de la ESA. Las agencias espaciales son impresionantes máquinas burocráticas, capaces de especificar sus procedimientos con un nivel de detalle que no alcanza a ser descrito con la palabra mareante, y que puede hacer llorar al experto más curtido en . El espacio real dista mucho de ser una aventura, al menos desde el punto de vista organizativo. Cada tornillo y cada tuerca tienen que estar diseñados, justificados, especificados, verificados, auditados y fabricados con unas tolerancias ridículamente bajas. Las roscas tendrán los pasos en unidades métricas e imperiales, respectivamente: no importa. Todo el proceso tendrá que repetirse desde el principio e introduciendo verificaciones cruzadas que elevarán al cuadrado el coste final.

La NASA ha alcanzado, desde que lograron poner a la primera pareja de hecho en la Luna —y según algunas fuentes, desde unos años antes— un nivel de incompetencia mucho más patente, con el mérito añadido de no haber necesitado una lujuriante burocracia internacional para llegar a sus objetivos. La institución europea más parecida a la NASA es el español, si tenemos la precaución de sustituir a los parados individuales por las empresas del sector aeroespacial estadounidense. Es decir: el estado da un dinero. Se supone que hay que hacer algo a cambio de ese dinero. Luego suceden cosas, y al final resulta que no se hace nada; pero el dinero ya está gastado. Para cerrar el círculo, los diputados del Congreso farfullan incoherencias, pero luego no hacen nada para fiscalizar las asignaciones porque interesa más subvencionar votos.

Me niego a pensar en lo que sería una unión temporal de agencias espaciales. Probablemente no haría falta que el crease un agujero negro para que la Tierra implotara bajo el peso de la burocracia. Visto así, está claro. ¿Sostener un programa espacial tripulado interesante y productivo? ¿Que estimule industrias de alta tecnología, de gran valor añadido? ¿Que espolee el avance de las ciencias y las humanidades? ¿Que inspire a las generaciones más jóvenes y que propague los valores del esfuerzo, la dedicación y el trabajo? ¿Que abra los horizontes de nuevo a la aventura, a la maravilla? ¿Que nos enriquezca con nuevas perspectivas, nuevos conocimientos y nuevas formas de vivir y de ser? ¿Que polinice con el don de la inteligencia la materia inanimada del cosmos? ¿Que comience la larga marcha de vuelta hacia las estrellas, de donde venimos?

No, we can’t.