El día de mañana, esa película de catástrofes que atendiendo a su título original debería llamarse más bien “El día de pasado mañana” podía ser mala como pegarle a un padre con un anca de sapo sarnoso, pero la base argumental estaba bien apoyada. Os presento a nuestra amiga la circulación termohalina (THC, por sus siglas en inglés), un gran río dentro del océano impulsado por gradientes de salinidad y temperatura. La THC es responsable, según la mayor parte de los modelos climáticos, del balance energético terrestre; controla la tasa de renovación de las aguas oceánicas profundas, e incluso se supone que podría jugar un importante papel en el mantenimiento del nivel atmosférico de CO2. Decir que un cambio en la THC podría traer consigo una alteración global de los patrones térmicos es expresar algo casi obvio —el problema está, como de costumbre, en determinar qué tipo de alteración ocurrirá. Porque, dadas las consecuencias del calentamiento global, que haya un cambio significativo en la THC es prácticamente inevitable.
Hace tiempo que los geólogos saben de la existencia de un lago glaciar fósil en Canadá, el lago Agassiz. Nuestras estrechas mentes se resisten a aceptar que el paisaje pueda cambiar de forma perceptible a lo largo de una vida —ni siquiera el Mar de Aral parece habernos enseñado nada. Pues bien: el lago Agassiz cubrió en su época de máxima extensión una superficie de 440000 kilómetros cuadrados (un 90% del área de España). Represado por glaciares, un aumento de las temperaturas hace aproximadamente 12500 años provocó que el lago se vaciara prácticamente por completo en un periodo menor que un año. El líquido escapó a favor de la pendiente hacia los actuales Grandes Lagos, y de ahí llegó al Atlántico a través del río San Lorenzo. El inmenso volumen de agua dulce alteró significativamente la concentración de sales del océano, deteniendo temporalmente el tramo local de la THC, la Corriente del Golfo. En tan sólo unos meses, las temperaturas medias descendieron entre 5 y 15 C en las tierras costeras del Atlántico Norte, en el evento conocido para los paleoclimatólogos como Dryas Reciente por el nombre de una flor, la Dryas octopetala, cuyo polen aparece profusamente en las turbas de la época.
El frío duró 1300 años. Según todos los indicios, la causa última de este episodio glaciar fue fortuita —hay otra hipótesis, no menos espectacular, que asocia el comienzo del Dryas Reciente con el impacto de un cometa en Norteamérica por aquellas fechas: el cometa Clovis. El actual incremento de los niveles de CO2, con el aumento subsiguiente de las temperaturas y el deshielo inducido en el Ártico y Groenlandia también puede achacarse a una causa no geológica, azarosa y rápida: nuestra civilización. ¿El agua dulce que está llegando ahora en grandes cantidades al Atlántico Norte será suficiente para provocar otro episodio glaciar? Puede que la respuesta llegue demasiado pronto —y demasiado rápido.