Otro himno

Hero of the Soviet Union
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Ya que ha aparecido en esta bitácora el tema de los himnos, hoy me gustaría ceder la palabra a un huésped de honor: . Él —o no, existe polémica al respecto— nos va a contar cómo vio la luz durante el poco ocioso año de 1944 el de la . Lo que sigue es un extracto de , presuntas memorias del compositor, cocinadas por el musicólogo a partir de una supuesta serie de entrevistas que tuvieron lugar antes de su muerte, entre 1971 y 1974. Crónica precisa, reminiscencias noveladas o fantasía; ahí queda.

Las audiciones de los himnos duraron mucho tiempo. Finalmente, el líder y maestro [] anunció que cinco himnos habían llegado a la final. Eran el del , el del compositor georgiano Iona Tuskiya, uno de , el mío y el conjunto entre Khachaturian y yo. La ronda decisiva se celebraría en el Teatro Bolshoi. Cada himno fue interpretado tres veces —sin orquesta, orquesta sin coro y coro y orquesta. De ese modo podría saberse cómo sonaba bajo diferentes circunstancias. Deberían haberlos probado bajo el agua, pero a nadie se le ocurrió. Recuerdo que las interpretaciones no fueron malas; aptas para la exportación. El coro era el del Ejército Rojo. La orquesta, la del Bolshói. Es una pena que el himno no fuera bailable, porque en ese caso el Ballet del Bolshói lo hubiera bailado. Y habrían hecho un buen trabajo, ya que la orquestación era precisa y propia de un desfile, accesible para la gente del ballet. Alexandrov, que dirigía el coro, daba vueltas sin parar, fuera de sí por la excitación. Su pieza en la competición era la composición conocida como “Himno del Partido Bolchevique”. A Stalin le gustaba. Alexandrov, con la boca hecha agua de placer como un fiel perro de presa, me contó cómo Stalin había “señalado” su composición entre otras […]

Finalmente, el ruido en el escenario terminó, y a Khachaturian y a mí nos llevaron a ver a Stalin. Nos cachearon por el camino. El palco en el que se encontraba tenía una pequeña antecámara, y allí era donde estaba […] Seré honesto y les contaré que no sentí miedo al ver a Stalin. Estaba nervioso, por supuesto, pero no tenía miedo. Además de Khachaturian y yo, también estaban los dos directores, Alexander Melik-Pashayev, que dirigía la orquesta, y Alexandrov. En primer lugar Stalin hizo un profundo comentario acerca de cómo debería sonar el himno nacional. Un lugar común, la típica obviedad de Stalin. Era tan poco interesante que ni siquiera lo recuerdo. Sus adláteres mostraron su acuerdo, con cuidado y casi en silencio. Por alguna razón todo el mundo susurraba. La atmósfera era la apropiada para algún rito sagrado, y parecía que en cualquier momento ocurriría un milagro —por ejemplo, que Stalin daría a luz. [Pero] Si Stalin dio a luz, fue sólo a unos fragmentos ininteligibles de pensamiento.

De repente la conversación tomó un giro peligroso. Stalin quiso mostrar que sabía de orquestación. Aparentemente, le habían informado de que Alexandrov no había orquestado su propia composición, sino que había encargado la tarea a un arreglista profesional, algo que muchos de los concursantes habían hecho. Stalin preguntó a Alexandrov por qué había hecho un arreglo tan pobre de su música. Alexandrov podría haber esperado cualquier cosa menos eso —una conversación con Stalin sobre orquestación. Estaba pulverizado, confundido, destruido. Podía verse que estaba diciéndole adiós no sólo al himno, sino también a su carrera y tal vez a algo más. En momentos así las personas revelan su verdadero ser. Alexandrov, en un intento por defenderse, cargó las culpas sobre el arreglista. Algo indigno y rastrero; el hombre podría haber perdido la cabeza de resultas de esa conversación.

Ví que aquello podía acabar mal; a Stalin le interesaban las patéticas justificaciones de Alexandrov. Era un interés insano, el interés de un lobo en un cordero. Dándose cuenta, Alexandrov comenzó a cargar las tintas: el pobre arreglista fue transformado en un saboteador, que había realizado a propósito un mal arreglo de la composición de Alexandrov.

No pude soportarlo más. El vil espectáculo podría haber supuesto muchos problemas para el arreglista; incluso podría haber muerto por nada. No podía permitir eso, y entonces dije que el arreglista en cuestión era un excelente profesional y que no era justo acusarle de ese modo. Stalin quedó sorprendido por el giro, pero al menos no me interrumpió. Conseguí sacar la conversación de la zona peligrosa: ahora discutíamos si un compositor debía hacer sus propias orquestaciones o si estaba justificado que las encargara a otro. Expresé mi profunda convicción en que un compositor no debe confiar la orquestación de sus obras a nadie. Curiosamente, Stalin estuvo de acuerdo conmigo. Creo que lo vio desde su punto de vista. Desde luego, él no quería compartir su gloria con nadie, probablemente por eso decidió que Shostakovich tenía razón.

De la conversación que siguió resultó aparente que el gran juez y experto de todos los tiempos en himnos consideraba el que compusimos a medias Khachaturian y yo como el mejor. Pero, según Stalin, habría que realizar algunos cambios en el estribillo. Me preguntó que cuánto tiempo necesitaríamos, y contesté que cinco horas. En realidad podríamos haberlo hecho en cinco minutos, pero creí que no parecería muy creíble decir que podíamos cambiar lo que quería allí mismo, delante de él. Pueden imaginarse mi sorpresa cuando vi que mi respuesta enfurecía a Stalin. Obviamente, estaba esperando algo más. Stalin hablaba y pensaba despacio; todo lo hacía lentamente. Debió pensar: esto es una cuestión de estado, el himno nacional; hay que medir siete veces antes de cortar, y Shostakovich dice que puede hacer sus correcciones en cinco horas. No es serio. Un hombre tan poco serio no puede ser el autor del himno nacional. […]

Khachaturian y yo no lo conseguimos. Más tarde, Khachaturian me acusó de frívolo; me dijo que si hubiera pedido al menos un mes, habríamos ganado. No lo sé, tal vez tuviera razón. En cualquier caso, Stalin estuvo a la altura de su amenaza. La composición de Alexandrov fue proclamada como himno nacional. […] Pero no tendría mucha suerte, y no por la música, sino por la letra. Es una tradición que los himnos nacionales tengan mala música, y Stalin no rompió con ella. También le gustaba el texto leal. Pero cuando el culto a su persona fue denunciado, el texto se convirtió en un problema. Era estúpido hacer que la gente cantara “Stalin nos hizo crecer” cuando se había anunciado oficialmente que no había hecho crecer a nadie, que, al contrario, había destruido millones de vidas. La gente dejó de cantar la letra; sólo tarareaban.

El himno obtuvo finalmente una nueva letra desestalinizada, casi idéntica a la original, en 1977, después de la muerte de Shostakovich. Sustituído entre 1990 y 2000 por una pieza casi desconocida de (), está de vuelta hoy, con diferente letra, por obra y gracia del ex-presidente de (y ex-miembro del ) .