Afortunadamente la exhaustividad de Daniel Marín (cuyo blog Eureka nunca recomendaré lo suficiente) deja a veces espacio para la glosa. Su artículo “Orión: la nave imposible” es una gran introducción a la alucinante historia de un proyecto que, de haber salido adelante, nos habría permitido poner en órbita ciudades enteras y realizar viajes tripulados de ida y vuelta a Saturno en cinco años, en naves más parecidas a transatlánticos que las tristes cápsulas que dominan, por decir algo, el flácido panorama de la exploración espacial de principios del XXI. Leedlo, llorad y volved luego por aquí para que os cuente la pieza que falta en el rompecabezas del Orión, el motivo último por el que nada de lo imaginado por mentes tan originales como Stanisław Ulam y Freeman Dyson se hará realidad nunca, salvo que se den unas circunstancias que nadie en sus cabales querría para la vida en nuestro planeta.
El concepto de la nave Orión es de una sutileza arrebatadora: hacer explotar una serie de bombas atómicas para empujar una nave. Está claro que ésta debería ser capaz de resistir semejante método de propulsión, pero detengámonos un momento para repasar las características ideales de los artefectos explosivos:
- Baja masa y energía —para ser una bomba atómica, se entiende. Es preferible lanzar y hacer estallar muchas bombas pequeñas que unas pocas grandes debido a las dificultades inherentes a la amortiguación de la fuerza transmitida y a las posibles discontinuidades causadas por explosiones defectuosas (fizzles). Mención aparte del hecho de que es más sencillo diseñar componentes que sobrevivan a una explosión menos intensa, si es que tal calificativo sirve cuando hablamos de kilotones.
- Alta directividad del pulso de plasma. Una bomba atómica convencional distribuye su fuerza explosiva de un modo más o menos uniforme, con un frente de onda esférico en el espacio libre. Para reducir las pérdidas, los artefactos ideales para la Orión debían ser capaces de dirigir su energía en forma de cono dirigido hacia el eje central de la nave, con un ángulo tal que minimice las pérdidas en la placa de reacción.
- Mínima producción de isótopos radioactivos. Al fin y al cabo no se trata de exterminar la vida en la Tierra, sino de explorar el espacio de forma eficiente.
Todas las bombas actuales emplean el diseño Teller-Ulam, en el que la explosión se obtiene por una mezcla de procesos de fisión y fusión. A mayor proporción de energía obtenida por fusión, menor cantidad de residuos “sucios” (fallout) liberados al medio. Las mal llamadas “bombas de hidrógeno” son mucho más limpias por kilotón de energía liberada que una bomba similar a la de Hiroshima; sin embargo, también son mucho más poderosas. Hay técnicas que permiten aumentar el porcentaje de energía obtenida por fusión hasta el 97% de la capacidad explosiva total: sin embargo, esto se hace a costa de incrementar la masa total de un dispositivo ya de por sí enorme y excesivamente poderoso. En definitiva, las bombas necesarias para hacer volar la nave Orión no existen; sin embargo, el problema es de ingeniería y no de ciencia básica. No hay leyes físicas conocidas que prohiban la existencia de bombas pequeñas y relativamente limpias. ¿Qué ocurriría si dispusiéramos de ellas?
Ted Taylor (1925-2004), director del Proyecto Orion en General Atomics desde 1956, creía firmemente que tales bombas podían fabricarse. Sin embargo, con el tiempo llegó a la conclusión de que quizá, después de todo, sería mejor que nunca salieran del tablero de diseño:
[Ted Taylor] remains convinced that small, clean bombs could propel Orion—but he still fears, more than ever, that such devices would be irresistible as weapons, until we outgrow the habit of war. “There are lots of different routes to that final result of a very, very clean bomb, but not pure fusion,” he says. “The cleaner the better, down to a point where it really doesn’t matter anymore. One can argue all day about what that limit is without shedding any light until one starts talking about very specific designs, and then it does matter a whole lot. Could you make one-kiloton explosions in which the fission yield was zero, which is bad news on the proliferation front, but could turn Orion into something quite clean? How clean a bomb could you make? The answer is it can be as clean as something not radioactive at all. Would that change everything? I don’t know.”[Ted Taylor] sigue convencido de que podrían diseñarse bombas pequeñas y limpias para propulsar la nave Orión —pero teme, ahora más que nunca, que tales artefactos serían irresistibles en su vertiente bélica, mientras sigamos considerando la guerra como una opción. “Hay muchos caminos que llevan al objetivo de una bomba muy, muy limpia, sin llegar a la fusión pura”, afirma. “Cuanto más limpia mejor, hasta que llega un punto en el que deja de ser un factor a considerar. Podría discutir todo el día sobre cuál es ese límite sin dar muchas pistas, hasta que empezara a hablar de diseños muy específicos, y entonces la cosa se pondría peligrosa. ¿Se pueden provocar explosiones de un kilotón en las que la producción de isótopos por fisión fuera cero, lo que sería malo desde el punto de vista de la proliferación armamentística, pero que podría transformar a la Orión en algo bastante limpio? ¿Cómo de limpia puede hacerse una bomba? La respuesta es que puede ser tan limpia como algo no radioactivo en absoluto. ¿Lo cambiaría eso todo? No lo sé.”
Project Orion: the True Story of the Atomic Spaceship, George Dyson (Henry Holt and Co., 2002).
No es de extrañar que gran parte de los resultados del Proyecto Orión estén aún clasificados. Quizá sea mejor para todos no disponer de esas bombas pequeñas y limpias que podrían abrirnos la puerta del espacio, pero también llevarnos al caos en la Tierra. A menos que sea absolutamente necesario: una Orión no tripulada pero muy masiva podría ser nuestra única esperanza en caso de que tuviéramos que alterar la trayectoria de un asteroide en rumbo de colisión con la Tierra. Esperemos no tener que verlo.