Los extraterrestres del planeta de Agostini (risas enlatadas, por favor) llevan años vendiéndonos, cada mes de septiembre, los fascículos coleccionables de —al menos— dos venerables series de animación que marcaron la infancia de muchos de nosotros: Érase una vez… el Hombre y Érase una vez… la Vida. Ambas series han sido repuestas una y otra vez por distintas cadenas, y con razón: no es sencillo encontrar televisión didáctica de tanta calidad, aun cuando los personajes fueran todos idénticos. Sin embargo, perdida en las nieblas de los ochenta existe otra serie, intermedia en su creación entre “El Hombre” y “La Vida”. Su pecado, ser una serie dramática y no didáctica como sus compañeras, la condenó al olvido televisual. A algunos nos marcó para siempre en nuestros códigos de ciencia-ficción y nuestra visión de lo que debería ser el futuro: me refiero a la segunda obra maestra de Albert Barillé, Érase una vez… el Espacio.

Hace unos meses me dispuse a volver a ver la serie. Naturalmente, no existe ningún modo legal de conseguir la versión doblada: mi intención era ponérsela a mis hijos… pero eso forma parte de otra discusión. Si queréis practicar el francés podéis comprarla a un precio muy interesante en dos partes: Il Etait Une Fois… L’Espace – Edition 4DVD – Partie 1 y Il Etait Une Fois… L’Espace – Edition 4DVD – Partie 2. Descubriréis algunos cambios interesantes que la adaptación introdujo en la serie, como el tema musical de los créditos iniciales, que fue sustituido en España por un curioso arreglo del minueto del quinteto de cuerdas op.11 nº5 de Boccherini, que empezaba con unos compases del tema (otra vez, en España) de “El Hombre” —otro minueto, el del Septimino op.20 de Beethoven. En versión original, “El Hombre” empezaba con la famosa Tocata y Fuga (la BWV 565) de Bach (o no); “El Espacio”, por su parte, comenzaba con una canción cantada por Jean-Pierre Savelli con letra del propio Barillé. Es obvio que Televisión Española intentó acomodar “El Espacio” al molde de su antecesora: sin embargo, es un hecho que no funciona como serie didáctica. No está concebida como tal, y además juega en muchos de sus episodios con un error de concepto fundamental acerca del concepto de “constelación”. Podéis encontrar más información en el blog MalaCiencia: “Érase una vez… el Espacio”, por lo que no me voy a referir más a él.

En “El Espacio”, la Tierra es un enclave secundario, cediendo su protagonismo a la Confederación de Omega: una especie de Unión Europea sideral presidida por Flor (Pierrette, en el original), madre del protagonista (el Teniente Pedrito/Pierrot), y en la que todas las variantes de la especie humana —y de otras muchas, aunque casi siempre con un diseño antropomórfico— están representadas. Más allá de estas muestras de pensamiento progresista, el argumento de la serie muestra detalles que aumentan su interés considerablemente, situándola a la vez fuera del alcance de nuestra hiperprotegida infancia. Hay muertes arbitrarias y —horror de los horrores— personajes que fuman. Se tratan temas escabrosos: la dictadura (Casiopea y otros), la revolución de los oprimidos (La insurrección de los robots) o el genocidio de especies enteras (Los saurios), por nombrar solo algunos.

Las fuerzas de Omega están a veces en el lado incorrecto de los acontecimientos desde un punto de vista moral; las soluciones que proponen darían para muchas horas de debate. Contemporizar, nadar entre dos aguas, o alterar completamente el equilibrio de fuerzas en sociedades ajenas son cursos de acción comunes —aunque se hace referencia a una ley similar a la Primera Directriz de Star Trek, se la pasan por el forro del uniforme episodio sí, episodio también. Para una serie en la que abundan las dobles lecturas e incluso aparece algún desnudo, hablar de “orientación a la infancia” parecería algo extraño. Y sin embargo todas estas cargas de profundidad se cruzan constantemente con desdramatizaciones: situaciones complicadas por las que se pasa de puntillas (como en El largo viaje, sobre las consecuencias para la tripulación de un viaje de casi mil años), maniqueísmos exacerbados (el dictador de Casiopea y su acólito son perversos hasta el ridículo) o escenas de humor de mamporros (como en El desquite de los robots).
La característica de “El Espacio” que dificulta su emisión en horario infantil es, pese a todo, de índole más técnica. Los 26 episodios de la serie trazan un único arco argumental; tras una presentación misteriosa y abierta en el primer episodio se sumerge por completo, para ir reapareciendo a retazos en distintos capítulos a mitad de la serie. Ni “El Hombre” ni “La Vida” tienen ese problema —ni Los Picapiedra, por citar otra serie de fórmula. Sus episodios son independientes entre sí, aunque “El Hombre” siga una presentación cronológica. Los humanoides de “El Espacio” son una especie fascinante, pero para apreciar todo el misterio y los motivos que los mueven es necesario seguir la historia en el orden correcto.

Añadamos a estos mimbres argumentales un diseño visual impactante. La animación no marca un hito especial de calidad. Sin embargo, los vehículos, las ciudades, los aparatos o la vestimenta muestran una coherencia poco común. En particular, las astronaves de “El Espacio” son una maravilla de detalle y consistencia. Cada civilización mantiene un estilo propio de diseño, y la función principal de cada nave se refleja en su apariencia y sus capacidades: exploración, ataque, transporte de pasajeros o mercancías. Agradezcamos todo ello a un grandísimo ilustrador francés, Phillipe Bouchet, alias Manchu. La ambientación musical es también muy superior a la media gracias al trabajo de Michel Legrand, que muestra una enorme variedad estilística desde la música electrónica contemporánea a la música de cámara barroca, pasando por el jazz.
Érase una vez… el Espacio es una gran serie de dibujos animados, más allá de sus errores científicos de bulto o de su fascinación con el paralelismo mitológico —lugar común en el que se encuentra con otra grande de la época, Ulises 31. Lamentablemente existe poca información en español acerca de esta serie: Confederación Omega es uno de los escasos lugares donde pueden seguirse las huellas de lo que, sin saberlo yo entonces, conformaría una buena parte de mi nostalgia del futuro.
Bola extra: me escribe @entomoblog para hacerme saber de la versión japonesa de Érase una vez… el Espacio. En efecto, la serie fue una coproducción, aunque al parecer los chicos del Sol Naciente tuvieron mucha más mano que, por ejemplo, nuestros representantes en el consorcio. La prueba: este opening completamente niponizado:
Es cierto que el diseño japonés tuvo considerable influencia sobre los creadores franceses, aunque al parecer no se llegó al extremo de Ulises 31, donde el diseño de artefactos y de animación fue rehecho por completo por el equipo japonés de producción para el episodio piloto, y quedó así para el resto de la serie (según el artículo de la Wikipedia francófona, que cita fientes en el libreto del DVD de la edición premium de la serie). Si René Borg como director artístico y diseñador de personajes y Manchu se vieron influidos por obras de animé anteriores es una cuestión abierta.