Dice José Manuel Campa, secretario de Estado de Economía, que los jóvenes no deben preocuparse ante los actuales —y necesarios, según él— ajustes, y que “su situación económica mejorará en 10, 20 y 30 años” (El Gobierno pide paciencia a los jóvenes: “En 30 años estaréis mejor”, en lainformacion.com). Tal vez él no lo sepa y esté hablando con sus mejores intenciones. Pero José Manuel Campa, como la mayoría de la clase política, está infectado por un meme erróneo. Es peligroso, casi como un zombi. Es un nuncabajista.
En el lejano 2006, allá cuando en esta piel de toro atábamos a los perros con longaniza, los pisos subían todos los meses y los resultados de los bancos se medían en función de la primera derivada de sus beneficios (¡espera, eso sigue pasando!) un tal Plaentxiator del foro económico burbuja.info compiló una primera versión de los Principios del buen nuncabajista. Éstos han rebotado por la red junto con diferentes refutaciones que la Historia se ha encargado de transformar en obviedades de mayor o menor calibre. Detengámonos en el número 12 por ser la que más a colación viene:
Con lo que vayan subiendo los sueldos se compensa la subida de la hipoteca.
Juro que cuando firmé mi hipoteca en el finisecular 2000 el director de la caja me dijo exactamente eso, entre otras muchas lindezas de similar calibre. Se trata de la típica afirmación que, por sí sola, no es cierta ni falsa, pero que tiene variables ocultas. En efecto, puestos a hacer las matemáticas podemos ver que si la inflación se mantiene por encima del tipo de interés de referencia de la hipoteca y (disculpadme que insista, pero esta conjunción es importante: y) nuestro salario está gobernado por un convenio colectivo —por tanto, referido al IPC, entonces el plazo de la hipoteca se irá diluyendo lentamente en nuestra cesta de la compra hasta la insignificancia al cabo de los años. Todos los indicios apuntan a que hubo un periodo en que ocurrió exactamente así: los años 70 y 80 del siglo pasado, con su inflación galopante. Los tipos de las hipotecas eran de vértigo, pero aún estaban unos puntos por debajo de la inflación, respecto de la que crecían los salarios de nuestros padres. Exactamente así fue como pudieron comprarse, con un solo sueldo, el piso en el que nos criaron (algunos, hasta una segunda residencia).
Sin embargo, desde la entrada en vigor del euro la inflación está controlada en tasas interanuales ligeramente inferiores al Euribor. Los salarios han perdido poder adquisitivo real —han bajado en euros constantes— gracias a dos estrategias paralelas: el sistemático debilitamiento de los sindicatos y la también sistemática campaña de individualización de las relaciones laborales a la que se viene sometiendo a la fuerza laboral desde hace al menos una década. Fue fácil: por un lado, bastó con propalar una imagen de los sindicatos negativa y parasitaria, que ellos mismos no se encargarían de desmentir con hechos porque… Bueno, eso es un relato para otra persona y otro momento. Por otro lado, una pequeña inversión inicial en costes laborales permitió a las empresas desvincular a su personal de los convenios: ¡contratándolos por sueldos superiores! Éramos especiales, estabamos bien preparados, se nos remuneraba en consecuencia y se nos alejaba de los vagos y maleantes del comité de empresa (si es que existía). Sin embargo, quien calculaba los costes sabía perfectamente que esos salarios supuestamente “elevados” no iban a subir jamás. Acabarían siendo baratos con el cambio de ciclo económico, y entonces llegaría una nueva hornada de trabajadores, más jóvenes y con más másteres, que harían cola en la puerta para sustituir a los de dentro por la mitad de su sueldo. Una inversión de futuro para la empresa, sin duda.
¿Las hipotecas? Bien, gracias. Vendidas con argumentos sacados de la generación de nuestros padres, a precios tasados pensando en un mercado en un proceso de inflación que reíos del Big Bang, con tipos variables, y salvaguardadas por avales y cláusulas “suelo” (por si acaso pasaba lo que acabó pasando). Resultado: cuotas mensuales gargantuescas y con hambre de más. Salarios menores cada año en términos reales. Y el desastre: tú, tú y tú, no vengáis mañana. Sin piso. De vuelta a casa de los padres, que además ha habido que hipotecar para afrontar los pagos de la deuda restante, calculada sobre una retasación tramposa —hecha para cubrir las vergüenzas de una cuenta de resultados.
Esto no es un cuento de ciencia ficción. Ha ocurrido, y aunque la economía se recuperara podría volver a ocurrir en ese plazo mítico de 10, 20 o 30 años que invoca el señor Campa: el nuncabajista que ilustra por qué quienes nos gobiernan, y quienes quieren gobernarnos en lugar de los que los gobiernan, hechos del mismo cuño, no tienen ni tendrán jamás las respuestas que les exigimos.
Comentarios
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3 respuestas a «Los nuncabajistas»
Es increíble que le digan a una generación que dentro de 30 años (cuando tengan casi 60) estarán mejor. De verdad que la estupidez de la clase política resulta indignante. Y en eso estamos, claro.
Está bien que recuerdes lo de los nuncabajistas, porque se ha olvidado. Ahora todo el mundo acepta que la burbuja inmobiliaria ha explotado (o casi) y que los precios de los pisos bajan o están bajando. Pero había hace unos pocos años una resistencia enfervorecida, muchas veces alimentada por los propios hipotecados, que afirmaba que eso era imposible. Imposible es pagar un piso de 300.000 € con un sueldo mileurista, que es la media española.
Ha podido olvidarse la etiqueta, pero la actitud sigue ahí y la prueba es este señor secretario de Estado, licenciado en Derecho y Economía por la universidad de Oviedo y doctor en Economía por Harvard. Si alguien con tal base es capaz de afirmar algo así podemos concluir:
1) Ora que los títulos en Harvard (también) se dan en las tapas de los yogures.
2) Ora que está tomando a toda la basca de #spanishrevolution por tontos.
Escoge tu veneno. Yo suelo elegir "incompetencia", pero en este caso me quedo con "maldad". Llámalo corazonada, si quieres.
Estupendo resumen de mi vida desde que comencé a trabajar en serio allá por el 98 o desde que firmé mi hipoteca, "curiosamente" también por el año 2000.
No sé si tengo ganas de llorar o más bien de irme a repartir comida a la puerta del Sol.