¿Las manifestaciones del #19J han sido un éxito o un fracaso? Naturalmente, depende de quien cuente el cuento. Para los medios tradicionalmente escorados hacia el extremo rojo del espectro ha sido un triunfo resonante —El 19-J invade las calles de España en El País, entre otros. En el extremo violeta, la crónica del fracaso sin paliativos —«Indignados»: la protesta del 15-M se queda en familia en La Razón, verbigracia.
No pienso hacer sangre de la supuesta manipulación con que nos hemos desayunado hoy cortesía del rotativo de mi último ejemplo, pero sí quiero dejar aquí una reflexión. Parece que todas las fuentes están de acuerdo en un número de manifestantes para todo el territorio español de 200000 ± 50000 personas. En España hay 47 millones de habitantes, de los que alrededor de 23 millones votaron. Supongamos que la inmensa mayoría de los manifestantes del #19J eran también votantes potenciales: es decir, la proporción de personas sin derecho a voto en las diferentes manifestaciones fue lo suficientemente baja como para considerarla un error muestral. La Razón ostenta su epónimo: un exiguo 0,9% de los votantes salió a la calle, después de todo.
Busquemos un fenómeno similar en Internet: las páginas que admiten participación de los lectores, blogs y noticias de periódicos online. ¿Cuál es la proporción de comentaristas –activos– frente a lectores –pasivos? En Freakonomics lo decían hace años: escasa. Depende del medio en particular, pero puede estimarse en un 1%. ¿A qué se debe? Existen sin duda una serie de costes fijos para el comentarista potencial, de los que podemos citar, a vuelatecla, dos:
- La complejidad técnica del proceso de enviar un comentario, que puede incluir registros, introducción de datos personales y resolución de captchas que a veces nos hacen sentir estúpidos, robots o ambas cosas a la vez.
- La dificultad inherente al proceso de composición textual. El lenguaje escrito es más complejo que el hablado y requiere un mayor esfuerzo por parte de quien así decide expresarse.
Estas dificultades propician un proceso de autoselección de los comentaristas, que terminan incluyendo tan sólo a aquellos lectores con opiniones muy marcadas acerca del tema en discusión.
Algo muy similar ocurre con las manifestaciones, que provoca que la comparación entre número de manifestantes y votantes no tenga sentido. Votar es un acto con un coste mucho menor que acudir a una concentración. Si, además, el acto de protesta consiste en una marcha urbana de varias horas bajo un sol de justicia el esfuerzo percibido aumenta considerablemente. Por esto, es natural asumir –contra los postulados básicos de los llamados indignados— que existe una determinada representatividad entre manifestantes (activos) y simpatizantes (pasivos).
¿De qué ratio hablamos? Si fuera similar al de los blogs, un 1%, estaríamos hablando de 20 millones de personas que ven las manifestaciones del #19J como positivas. Detengámonos un momento.
No hay forma de estimar ese porcentaje de verdad. Sin embargo, las encuestas realizadas acerca del apoyo popular a las causas del #15M arrojan cifras superiores al 70% de los encuestados en muestras representativas de la población con derecho a voto, con los errores muestrales típicos. Eso es un número mayor que el total de votantes en las elecciones municipales y autonómicas del pasado mes de mayo.
Es seguro que un criterio tan simplista como un ratio de representatividad no puede aplicarse sin más a un asunto tan complejo como manifestarse o no en favor de una causa. Sin embargo, la fuerza elemental de los números impide dar por buenas las interpretaciones de “fracaso”. Son tan fantasiosas como las míticas concentraciones “pro vida” de los 2 millones que jamás ocurrieron.