¿Y si un cometa fragmentado del tamaño del Halley hubiera pasado rozando la Tierra en agosto de 1883? Esta es la provocativa hipótesis que plantean Héctor Manterola, María de la Paz Ramos y Guadalupe Cordero, de la Universidad Nacional Autónoma de México para explicar la observación de José Árbol y Bonilla, un meteorólogo de la época, desde el observatorio de La Bufa, en Zacatecas (México). La probabilidad de que tal suceso haya realmente acaecido es escasa, pero veamos primero la historia.
Entre los días 12 y 13 de agosto de 1883, el meteorólogo José Árbol y Bonilla pudo contar con su telescopio 447 objetos, rodeados por una especie de neblina, pasando junto al disco solar. Fotografió algunos de ellos con el equipo del que disponía y telegrafió a los observatorios de Puebla y Ciudad de México, desde donde no pudieron confirmar su observación. Este extraño fenómeno, publicado en la revista francesa L’Astronomie en 1886, recibió una explicación incrédula del el editor de la revista, el famoso Camille Flammarion: pájaros, polvo o insectos desenfocados, pasando frente al telescopio. Los objetos aparecían oscuros frente al disco solar, transitándolo en un tiempo variable entre 1/3 y 1 segundo, pero brillantes cuando se alejaban de él. El hecho de que desde los observatorios, relativamente cercanos, de Puebla y Ciudad de México no se hubiera registrado nada contribuyó a apoyar la interpretación de un fenómeno local.
Sin embargo, Manterola y su equipo proponen una posibilidad que frisa lo increíble: Bonilla habría observado los restos fragmentados de un cometa que pasó lo suficientemente cerca de la Tierra como para que no pudiera ser visto desde observatorios en latitudes ligeramente diferentes. Utilizando los tiempos de paso aproximados, el rango habitual de velocidades de los objetos que impactan contra la superficie terrestre y el hecho reseñado de que no pudieron verse desde lugares situados apenas a unos centenares de kilómetros de Zacatecas, unos sencillos cálculos de paralaje trigonométrico dan como resultado que, de haberse tratado de los restos de un cometa fragmentado (como el famoso Shoemaker-Levy 9 que impactó contra Júpiter en 1994), habría pasado junto a nuestro planeta a una distancia máxima de 8000 km, y mínima de algo más de 500 (!)
Dependiendo de esta distancia, se puede estimar también el tamaño aproximado de los fragmentos, que Bonilla percibió como aproximadamente elipsoidales. Tendrían un diámetro medio de 50 m suponiendo el paso más cercano compatible con las observaciones, y entre 700 m y un kilómetro para la distancia mayor. Una composición mayoritaria de hielo de agua, típica entre cometas, ofrece un rango de masas entre los 5,6×10⁸ kg y los 2,5×10¹² kg. El cometa original estaría, por consiguiente, en un rango de masas de entre dos mil veces menos que el cometa Halley y 8 veces más. Para realizar este cálculo se ha tenido en cuenta una hipótesis más: que Bonilla no pudo observar todos los objetos que produjeron el fenómeno debido a la rotación terrestre. Suponiendo un flujo de objetos aproximadamente constante desde la primera observación hasta la última, los 447 fragmentos observados debieron formar parte de un conjunto mayor de alrededor de 3275, cifra usada para la estimación de la masa total del supuesto cometa original.
En 1883 tan solo se habían observado dos fragmentaciones de un núcleo cometario. Esta es una posible explicación para el hecho de que ni Bonilla ni el editor de L’Astronomie sugirieran, en su momento, semejante explicación para el extraño fenómeno. Naturalmente, una hipótesis tan mundana como la de bandadas de pájaros o enjambres de insectos ha sido, en las últimas décadas, casi un cebo para ufólogos y demás vendedores de misterios, que no se han cansado de dar publicidad a este episodio de la historia de la astronomía mexicana. Ahora Manterola y sus compañeras han planteado una posibilidad algo menos fantasiosa, pero a su modo también increíble. ¿Qué hubiera sucedido si aquellos dos días de agosto de 1883 los supuestos fragmentos cometarios hubieran impactado contra la Tierra? Cuesta imaginar centenares o miles de explosiones como la de Tunguska, en 1908. Quizá toda nuestra existencia, en aquel momento relativamente cercano de nuestro pasado, dependió solo de unos centenares de kilómetros de espacio vacío. O tal vez no: tal vez haya otra explicación, menos impactante y más mundana, esperando el momento de ser propuesta. Después de todo que algo esté en arXiv.org no lo hace necesariamente más creíble… y que el paper esté en Comic Sans, menos.
Actualización 18/10/2011
Phil Plait, de Bad Astronomy, hace un análisis muy escéptico en Did a fragmenting comet nearly hit the Earth in 1883? Color me very skeptical. En resumen, afirma que es harto extraño que un cometa se fragmente sin prácticamente dispersarse —es decir, que todos sus fragmentos se mantengan en un cilindro de sección lo suficientemente pequeña como para verse tan solo desde un observatorio terrestre y al tiempo lo suficientemente largo como para observarse durante dos días. Afirma también que el brillo del cometa debería haber sido mucho mayor que el reportado a una distancia tan pequeña, y (para mí, el argumento principal) que deberían haberse registrado lluvias de meteoritos auténticamente espectaculares de haber sucedido lo que los autores del paper original postulan.
Sin embargo, lo más grave de todo es la admisión que el propio Plait hace en los comentarios de que le gusta la Comic Sans y que no se avergüenza de ello. El horror, oh, el horror…
Fuente: arxiv.org/abs/1110.2798: Interpretation Of The Observations Made In 1883 In Zacatecas (Mexico): A Fragmented Comet That Nearly Hits The Earth.
Imagen extraída de http://analuisacid.com/Reportajes/astronomos.html.
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