La Unión Soviética nació demacrada. La guerra civil, rojos contra blancos, las hambrunas y las purgas ideológicas fueron un cruel crescendo que culminó en una apoteosis infernal: la Gran Guerra Patria —la Segunda Guerra Mundial para nosotros. Si cualquiera de estos desastres hubiera sucedido en España ya haría mucho tiempo que habríamos cerrado todos los colegios, universidades y centros de investigación para transformarlos en algo que produjera de verdad. Bares de copas, por ejemplo. Esa gente extraña y sin gracia del este tenía un plan diferente. Hacia el final de la década de los 50, la voluntad colectiva por alcanzar ese futuro perfecto que prometía el ideal comunista había operado el milagro. La URSS se había convertido en una superpotencia. Su industria, su ciencia y su influencia internacional crecían sin tregua. Los líderes del autodenominado “mundo libre” miraban de reojo con preocupación disimulada. El “momento Sputnik” de 1957 acabó con cualquier disimulo: los comunistas habían conquistado la última frontera. ¿Qué sería lo siguiente?
En medio de la euforia, un grupo de científicos apoyados desde las más altas instancias del estado soviético estaba dispuesto a liderar el definitivo salto hacia adelante. Mijaíl Lavrentiev, matemático y físico especializado en hidrodinámica, presidente de la recién fundada división siberiana de la Academia de Ciencias de la URSS, planteó el proyecto de una gran ciudad de las ciencias en Siberia, alejada —a propósito— de la influencia moscovita. Akademgorodok (Академгородок, “ciudad de la ciencia” en ruso) sería una comunidad científica modelo, en la que las mejores mentes de la Unión pudieran trabajar e interaccionar sin preocupaciones materiales o restricciones políticas. El mismo Nikita Jrushchov tomó un interés personal en el desarrollo de los trabajos, que consideraba esenciales para llevar a término su visión de la ciencia comunista igualando y superando a la ciencia occidental.
La construcción de Akademgorodok comenzó en 1958: el plan consistía en levantar toda una ciudad a 27 kilómetros del centro de Novosibirsk, en la que hubiera institutos equipados para el avance en todas las ramas del conocimiento: desde la física hasta la economía, pasando por la biología y las especialidades tecnológicas. Akademgorodok contendría el campus de la nueva Universidad Estatal de Novosibirsk, 35 institutos de investigación, un hospital universitario, hoteles, cines y una Casa de los Científicos que albergaría una sala de conciertos, salones de conferencias y exposiciones y una biblioteca con capacidad para 100000 volúmenes con libros y revistas de todo el mundo. El estilo arquitectónico del lugar era pedestre, rectangular y gris: cualquier concejal español habría empezado por contratar a un Calatrava para erigir la octava maravilla aunque quedara después vacía por falta de presupuesto —o sin construir: hay maquetas que son francamente caras. Pero aquí estamos hablando de perversos comunistas. Siguiendo un manual de estilo escasamente español, aquellos planificadores urbanos intentaron preservar la belleza natural del lugar, inmerso en un bosque de pinos y abedules. El río Ob, represado, proporcionaba una playa lacustre de arena dorada.
Al contrario que las ciudades secretas, dedicadas en su mayoría a la investigación, desarrollo y producción militares, Akademgorodok surgió como una ciudad abierta al mundo. Quienes la conocieron en sus primeros días cuentan que podían escucharse apasionadas discusiones allá donde la gente tuviera que esperar haciendo cola: ecología en la lavandería, sociología en el cine, fusión nuclear en correos. Los locales nocturnos tenían nombres como “Bajo la integral” o el “Club Cibernético-Cafeínico” (traducción libre del ruso Кофейный Кибернетический Клуб —observad las siglas KKK, seguramente intencionadas). Precisamente en el KKK era costumbre dirigirse a la concurrencia con la fórmula “respetado conjunto no vacío de sistemas pensantes”.
Akademgorodok fue el escenario de grandes éxitos en física y su Instituto de Física Nuclear fue la ubicación uno de los primeros colisionadores de haces electrón-positrón del mundo, el VEP-1, precursor de máquinas como el LHC del CERN. Pero fue la apertura de pensamiento que se potenciaba allí lo que materializó lo mejor de los años del deshielo. Asuntos que en Moscú eran tabú se discutían abiertamente en Siberia. Akademgorodok situó a los científicos en el centro de la reforma social, aunque también representó cierto aislamiento y elitismo que entorpeció en ocasiones los esfuerzos de los intelectuales para mejorar los usos soviéticos. En ese sentido, una de las anécdotas más curiosas de la época ocurrió cuando los responsables del gobierno de Novosibirsk, molestos con la prioridad de la ciudad de los científicos en la asignación de suministros, se apropiaron de un tren completo dirigido a Akademgorodok. El académico Lavrentiev, alcalde de facto, hubo de telefonear al mismo Jrushchov para poder recuperarlo.
Los recortes terminaron llegando a Akademgorodok durante los años posteriores a la caída de Jrushchov, aunque tratándose de un régimen comunista no vinieron en forma presupuestaria, sino de libertades públicas (aquí estamos también en esas, aunque nos queda mucho por aprender). Sin embargo, la ciudad nunca se amoldó del todo al estatismo propio del mandato de Brézhnev. Francis Spufford, autor de Red Plenty, un relato novelado de la economía soviética en los 60 que cuenta Akademgorodok entre sus escenarios, relata cómo un residente de la época contaba, no sin cierta sorna, que
Había mucha libertad aquí. Oh, discúlpeme, tengo problemas con su idioma; quería decir que había algo de libertad aquí.
La Akademgorodok de Novosibirsk fue el modelo de otras “Akademgorodok” en las proximidades de Tomsk, Krasnoyarsk y Kiev. Tras la decadencia sufrida como consecuencia de la caída del comunismo y la posterior depresión económica, estas poblaciones, junto con las antiguas ciudades secretas y algún desarrollo nuevo, forman hoy parte del colectivo de naukograd (наукоград) o “ciudades de la ciencia”, que intenta preservar con desigual éxito este aspecto de la pujanza científica de la antigua Unión Soviética.
Enlaces
Seventeen Moments in Soviet History. 1956: Akademgorodok
Akademgorodok – a town of Science in Siberia (enlace original perdido, archivado en Archive.org)
“Russia’s Siberian High-Tech Haven”, The Informed Reader, blog de The Wall Street Journal, 19/03/2007
Akademgorodok en NovosibirskGuide.com
Red Plenty, Francis Spufford, ed. Faber & Faber, 07/2011 (trad. española: Abundancia roja: Sueño y utopía en la URSS, ed. Turner, 10/2011)
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