Martin Heidegger, filósofo y nazi a tiempo parcial, opinaba —en un alarde de modestia nacionalista— que no se podía pensar “en serio” si no era en alemán. Después de 1945 este tipo de afirmaciones pasaron de moda, aunque Heidegger, siempre dispuesto a reciclar una buena idea-fuerza, siguió defendiendo semejante ordinariez por el sutil procedimiento del parche: el idioma alemán hunde sus raíces en el griego, y con tal distinción no puede sino estar particularmente equipado para la filosofía. No como otros —citaba la lengua francesa, no sé si porque tuviera en mente molestar a alguien en concreto.
Durante toda la existencia de Alemania como nación siempre ha sido cierto que algo alemán estaba hundiendo alguna cosa en algún otro lugar, ora submarinos en el océano, cadáveres en fosas comunes o alegres economías sureñas en pozos de desesperación. No comparto las tesis de Heidegger en la medida en que las entiendo —es decir, no demasiado, ya que mi alemán está en estado catatónico desde los años noventa. Sin embargo, siempre me ha parecido interesante el método constructivo con el que los germanos se dotan de vocabulario. Un texto en alemán es como una caja de piezas de Lego: cada palabra se descompone en una lluvia de sílabas, prefijos y sufijos, que siempre revelan más acerca del sentido de una frase de lo que pudiera parecer. En el caso de los textos de Heidegger, además, si revolvemos las piezas siguen entendiéndose igual, incomparable ventaja de la que también han gozado otros intelectuales germanófonos en diferentes campos (Schönberg y sus amigos dodecafónicos vienen a la mente; y como vienen se van).
Esa capacidad para la etimología de serie (Heidegger hubiera pensado “inmanente”, o —dejadme mirar el diccionario… immanent, claro) viene bien para repasar las diferentes facetas de una palabra olvidada: solidaridad. Hoy por hoy es más fácil que alguien responda a la pregunta “¿qué es solidaridad?” con alguna historia de sindicatos en la Polonia tardocomunista que con su definición de diccionario. Si buscamos la palabra en algún buen tomo bilingüe es posible que salgan a pasear los siguientes conceptos:
Der Gemeinschaftsgeist: el espíritu de comunidad,
die Gesamthaftung: la responsabilidad jurídica compartida,
die Schuldmitübernahme: la compartición de las cargas económicas,
die Verbundenheit: la conexión con otros.
Y, naturalmente, die Solidarität, que significa exactamente lo que parece. Parecía, algunos creíamos tiempo atrás, que todos estos conceptos formaban parte de la construcción de Europa. Que serían los puntales de la civilización, los contrafuertes de la paz. Ya se ve claro que la Unión Europea es también exactamente lo que parece, y que ninguna de las facetas del concepto “solidario” es conocida para sus comisarios políticos. Alemanes, pero no solo. La Unión Europea, ese conjunto de tuberías que transportan riqueza en su sentido natural: de donde hay poca a donde hay mucha. Porque los dineros, como la belleza o la desgracia, odian la soledad. Y cuando se terminan hay que desprenderse de los cascarones vacíos y salir en busca de nuevos compañeros a los que vampirizar.
Comentarios
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2 respuestas a «Solidaridad en alemán»
Hace algo más de un mes en clase de filosofía hablamos de esto mismo, la versatilidad que tiene el idioma alemán para formar ideas con palabras.
Juntar varias palabras en un sola, y expresar el resultado de ese híbrido.
Mi profesora de dicha asignatura, aseguró que este idioma es el mejor para la filosofía, por encima del griego, filosofar, organizar y expresar la idea. Quiere esto decir que tengo una nazi por profesora? XD
Buen post Iván, saludos.
¡En absoluto! Ni siquiera estoy seguro de que el primero en afirmar que el alemán fuera el mejor idioma para la filosofía fuera Heidegger; sin embargo, sí que es probable que ese sea el meme más inteligible de toda su producción. Probablemente por eso lo repite tu profesora.
Si la superioridad de un idioma para la filosofía viene dada por su capacidad para formar palabras a partir de raíces, no cabe duda de que el alemán sería una buena elección, aunque dudo que la mejor. El japonés o el chino, con su curiosa capacidad para codificar significados tanto en la fonética como en la escritura, podría ser una elección mejor aún. Eso lo podría confirmar Dani “@Eurekablog” Marín: yo solo estudié un año de japonés y deduzco de ahí…