Finales de la Guerra Fría, mayo de 1987. En medio de ninguna parte en las estepas kazajas. Baikonur, la base de lanzamientos espaciales más grande de la historia, alberga en su plataforma 250 el Energia 6L. Con 2400 toneladas de peso incluyendo su combustible, 59 metros de altura y capacidad para poner en órbita baja casi 100 toneladas, el Energia era uno de los titanes de la historia de la cohetería, con una capacidad bruta solo superada por el mítico Saturno V que llevó a los astronautas del proyecto Apolo a la Luna. Adosado a un lateral del gigantesco cohete puede verse un objeto extraño pintado de negro y marcado con los crípticos rótulos Полюс (Polyus) y Мир-2 (Mir-2).
Son las 0:30 del sábado 16 de mayo. Tres horas menos en Moscú —allí todavía están en el día 15. No hay cuenta atrás; los soviéticos no usaban de esas tonterías telegénicas. De repente, los motores RD-170 de los impulsores laterales, alimentados por una mezcla de queroseno y oxígeno líquido, comienzan a vomitar fuego. Los motores RD-120 de la etapa central, de combustible criogénico, se encienden una fracción de segundo más tarde. El titán despega iluminado por los focos y el resplandor que mana de sus toberas. Y entonces…
¿Qué demonios hace ese cohete? Nada más despegar, se observa un alarmante movimiento lateral. No es muy difícil ponerse en la piel de los ingenieros y sentir el corazón en la boca durante unos segundos. Sin embargo, el inmenso lanzador corrige su desplazamiento casi de inmediato y continúa su trayectoria como si nada. La Polyus, un prototipo de estación espacial de combate construido a toda prisa como respuesta a la SDI —Star Wars— de Reagan llegó al espacio sin problemas. Sin embargo, iba montada al revés por motivos mecánicos y tenía que dar media vuelta antes de encender sus propios motores para colocarse en órbita definitivamente. Un error de un sensor de guía inercial hizo que los 180º de giro se transformaran en 360º. Ya sabéis, como cuando un famoso dice en televisión aquello de “le di un giro de 360 grados a mi vida”. Al encender sus propulsores, en vez de acelerar, frenó. Acabó en el fondo del océano Pacífico, en un lugar donde no consta que los americanos fueran a curiosear. En absoluto.
¿Por qué se comportó así el Energia? Hay varias hipótesis: desde un fallo en el software de guiado —corregido inmediatamente por el mismo software— hasta una maniobra programada para alejar el cohete de la torre de lanzamiento. Si fue este el caso, se puede afirmar tranquilamente que los controladores de la misión los tenían como ladrillos. Lo cierto es que en el segundo —y último— lanzamiento del Energia, cargado con el Buran, no hizo un movimiento tan alarmante. Aunque despegara en medio de una tormenta de nieve.
La historia de la Polyus es apasionante por derecho propio más allá de la anécdota de su lanzamiento. Está todo en el blog de Daniel Marin, publicado ayer mismo en el artículo Estaciones láser de combate. Ya estáis tardando. Más información todavía, y un GIF animado con el despegue, en Polyus/Skif-DM, http://www.buran-energia.com/
Comentarios
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2 respuestas a «El susto de la Polyus»
Muy bueno, Iván. 🙂
Como le he dicho por Twitter a @Eurekablog, si es bueno es porque está a la sombra de otro mejor 😉