Os confesaré algo, evanescentes lectores. Cada vez odio más el término «blog». Además, tengo un blog. Un blog zombi. Sin embargo, aunque trato de aguantarme las ganas, todavía me sucede de cuando en cuando que siento deseos de escribir. A veces con cualquier excusa. Ya sé que hoy, por ejemplo, todos tenemos el deber mediático de estar pendiente del futuro de nuestros compatriotas griegos —como si éste no estuviera ya decidido: es dolor o dolor. Habrá quien diga que la culpa es suya. Yo digo que…
Mirad esta foto. Por algún motivo que desconozco está en el salón del piso que mis padres tienen en un pueblo de la costa.
Es una bella foto. Exprimámosla. ¿Qué podemos ver en ella?
Para empezar, se trata de Madrid. Los que hemos vivido muchos años en el área de influencia de Madrid tendemos a olvidar que no todo el mundo reconocerá al instante un rincón de nuestra ciudad. Es una vista de la plaza del Callao. El «Callao» no es un mudo castizo, sino un puerto peruano. La plaza conmemora una batalla que tuvo lugar durante la guerra hispano-sudamericana de 1865-66. Los edificios son los mismos que podemos ver en la actualidad, salvo si lanzamos la vista al horizonte del principio de la Gran Vía, donde echaremos en falta las dos moles de la plaza de España, levantadas en la década de los 50.
De modo que la foto es anterior a los años 50. El famoso y modernísimo edificio Carrión (Capitol, para los amigos) fue terminado en 1933, y en la foto parece que no está en construcción; por tanto, 1933 es una buena fecha de partida. Sin embargo, la foto es muy probablemente de 1934. ¿Por qué?
Para empezar, pueden verse dos autobuses de dos pisos. Estos autobuses, de fabricación británica y marca Leyland, entraron en servicio en Madrid, operados por la Sociedad Madrileña de Tranvías, en 1934. Pero la pista definitiva la da la película que se está proyectando en el Cine Callao (inaugurado, por cierto, en 1926).
Guerra de Valses. No parece muy interesante. Estrenada en Berlín en 1933 (y, suponemos por la pista de los autobuses, en Madrid en 1934), cuenta la historia de una bailarina austríaca que terminó sus días emigrada en la Inglaterra victoriana. El rótulo de la fachada del cine la cita por el apellido: Lanner. También cita a Strauss (se refiere a Johann hijo). El nombre central es el del actor principal, Willi Fritsch. Sin embargo, la película no estaba protagonizada por él, sino por la actriz que hacía de bailarina. Se llamaba Renate Müller. El Madrid republicano de 1934 debía ser un tanto machista.
Renate Müller tiene también tras de sí una historia interesante. Tras la partida de Marlene Dietrich a Hollywood, Müller quedó como la «perfecta diva aria». El propio Adolf Hitler le confirió este «título» tras convocarla a una reunión, alrededor de 1935.
Murió el 7 de octubre de 1937. Se dijo que por una crisis epiléptica. Testigos que hablaron después de la guerra contaron que la citada crisis debió coincidir con una visita de la Gestapo al hospital en el que estaba ingresada y su posterior salto ¿forzado? por la ventana de su habitación. Müller estaba allí por motivos poco claros: una lesión de rodilla o adicción a la morfina. También tenía un amante judío. La proclamación de las leyes de pureza racial de Núremberg en 1935, prohibiendo las relaciones mixtas, junto con su negativa a actuar en películas de propaganda nazi, no debieron hacer mucho por su tranquilidad de ánimo.
Mientras, Europa entera y el propio Madrid mantenían en las fotos su apariencia de lugares modernos, civilizados y tranquilos. El horror respiraba unos milímetros por debajo del papel cuché.