Confluencia, bella chispa divina

La confluencia de la izquierda para dummies: ¿debe Izquierda Unida, cautiva y desarmada, pasar a engrosar militante a militante las filas de Podemos? ¿Debe Podemos rendirse finalmente a la evidencia, refundarse y cada uno de sus afiliados telemáticos sacarse un carné de berdadera hizquierda? ¿Es posible o deseable una solución más razonable?

Empezaré, para los que no me conozcáis, contándoos quién soy. En una palabra, nadie. En unas cuantas palabras más, un afiliado al Frente Judaico Pop… Perdón, a Izquierda Unida (federal) en Madrid. Paso de vez en cuando por la agrupación de mi pueblo. Son gente maja, sin excepción: tanto los que quedaron en IUCM como los reafiliados (si no sabéis de qué hablo, ni preguntéis). Nos llevamos bien; en los debates no hay fans ni de las tarjetas black ni quintacolumnistas de Podemos, punto. Somos gentes distintas aunque claramente de izquierdas. O de eso que hoy llaman «extrema izquierda» con una levedad pasmante. Pero ya sabemos todos que los medios de comunicación le han amputado a la opinión pública la pierna derecha y le han puesto una prótesis de oro y bitcoins para asegurar el pie del que debe cojear.

Seguiré con unas cuantas confesiones. Confieso paladinamente y sin reservas que yo era un creyente en el divino elixir de la confluencia. Más aún, confieso que he estado de acuerdo con algunas versiones del programa de Podemos —inevitablemente, ya que ha cambiado tanto y con tanta frecuencia que a estas alturas ya ha debido cubrir todo el espacio ideológico entre el maoísmo de Sendero Luminoso y el liberalismo ciudadanista de rostro humano y cuerpo divino. Puestos a confesar, expresaré también mi creencia en que, a ojo y en unidades periodísticas, Pablo Iglesias y su ego deben tener el tamaño aproximado de chorrocientos estadios de fútbol —o el estado de Texas, lo que sea más grande. En fin, gasto una suerte de intolerancia para con los fans incondicionales —los de Podemos, entre ellos—, y muy particularmente contra los ases de la metapolítica y los iluminados del voto electrónico para los que las clases, los obreros y la izquierda no son más que antiguallas barbudas (pero de las barbas decimonónicas que no molan, no las que molan de ahora, tan transversales y relativistas).

Y con estos mimbres ahora vas y confluyes.

Como diría Paco el Papa: queridos hermanos… Sí. Me temo que sí, más bien. Si pretendemos pasar de la teoría política a la acción política, o dicho en términos un poco más mundanos, si queremos empezar a tener la capacidad y la responsabilidad de equivocarnos por el bien común, es absolutamente necesario reunir votos de alguna manera; para deducirlo no hace falta ser kremlinólogo —los modernos ya no sabéis qué era eso. Es harto dudoso que una mañana de estas España entera se levante, agarre el emblema del círculo repasado con boli tres veces con un heroico puño y conquiste el cielo al asalto. Es más dudoso todavía que salgamos a la calle en tromba con hoces, martillos y pucheros llenos de sopa de estrellitas para reeditar el Octubre Rojo, ese que cayó en noviembre casi del mismo modo en que un bilbaíno puede nacer donde le dé la gana.

Son construcciones con el verbo repetir las que ofrecen pocas dudas a corto plazo: repetir campaña, repetir elecciones, repetir resultados. Con suerte —es un decir— tendremos a los liberal-ciudadanistas pudiendo cumplir con su vocación de punta de lanza de la nueva derecha española en una coalición con ese partido del que ustedes hablan. Sin suerte estaremos donde estábamos antes, solo que más cansados y con menos dinero.

Sorpresa: la cuestión identitaria de Izquierda Unida importa más cuanto mayor es el esfuerzo de Pablo Iglesias por asimilarnos en fila de a uno, con las manos sobre la cabeza y el carné en la boca. La insistencia en hacer de Podemos la «casa común» de la ni-izquierda-ni-derecha —es verdad, es que los nuevos no os acordáis de las risas con eso entre IU y el PSOE hace unos lustros— solo garantiza lo que siempre ha garantizado: que no habrá frente común. Qué le vamos a hacer, somos así de cenizos. De hecho, es tan obvio que esto va a ocurrir porque ya ha ocurrido que es muy difícil, desde fuera de Podemos, creer siquiera que las ofertas del tipo «la resistencia es inútil, seréis asimilados» no se hacen con el fin explícito de ahuyentar cualquier posibilidad de colaboración.

Por otra parte, la afición profesada por tantos cuadros de mi izquierda, a los que admiro, por el señalamiento y despelleje de todo lo que huela a traidor es algo digno de reseñar. Sobre todo cuando se tiene en cuenta que el olor a traidor se parece bastante al olor de las nubes, y que la traición está en ocasiones, como la ofensa, en el ojo del que la mira. Tenemos derecho a defender una cosa y, catarsis o no mediante, defender al día siguiente la contraria. Un derecho que equivale y se contrapone al de dejar de confiar en quien haya hecho algo de ese pelo hasta que nos parezca bien.

¿Qué hacer entonces? Hay quien diría que confluir, sí, pero no a cualquier precio —los que pensaron que «sí, a cualquier precio» ya están en Podemos. Otros insisten en que colaborar con quien te ha despreciado públicamente cada semana de su vida es imposible. En cuanto a mí, votante de Izquierda Unida y pagano de mis cuotas, he de decir que mi pensamiento político es primero mío; voy con él a donde quiero, incluso a sumarlo a los que considere mis compañeros. Si soy de izquierdas es, entre otras minucias, porque reconozco el valor de la unión, de lo colectivo, de la sociedad. Estoy dispuesto a sacrificar mucho para evitar males mayores: partes de mi programa, naturalmente. Incluso —temporalmente— mi identidad política. Pero no me olvidaré del fin último en el que creo para el bien común. Además, no tengo mesías salvadores ni caudillos del amor, y a mis cabezas de lista con gusto las regalo con un lazo. Amigos que os consideráis «de Podemos», ¿ofreceríais lo mismo?

Ahí tenéis vuestra respuesta.

Comentarios

2 respuestas a «Confluencia, bella chispa divina»

  1. Sin ánimo de ofender, ni de polemizar, y con todo el respeto a las opiniones y tal, creo que el problema de la izquierda continúa siendo los «políticos de la izquierda» y sus correspondientes ombligos.

    Los «políticos de izquierdas» se miran mucho el ombligo: que si uno es más de izquierdas que otro, que si Podemos ofrece más que IU, o al revés, que si Susana no quiere que Pedro haga, o a la inversa, que si asimilamos o no asimilamos, que si vamos o no vamos.

    Y mientras los «políticos de izquierda» se miran el ombligo, los de la derecha se rellenan el bolsillo panameño, al tiempo que la gente escarba en los contenedores, se les roba el dinero para formarse profesionalmente (por los «políticos de izquierdas», precisamente), los niños son educados en chabolas y nuestros científicos van emigrando a nuestros «socios» europeos, que están encantados con tanta corrupción que van sufragando con unos tipos de interés soberbios.

    La preocupación de los «políticos de la izquierda» es más su ombligo que los desahucios y los que escarban en los contenedores y lo pasan mal. Esto es un hecho contrastado a la vista de los resultados obtenidos en los últimos meses. Lo sorprendente de todo es que con tanto mirarse el ombligo (yo por tí, tú por mi y la casa por barrer), los «políticos de la izquierda» ya no hacen Política de Izquierda y, en consecuencia, no son Políticos de Izquierda. Vaya paradoja. Es más, me atrevería a decir que en España no hay ya Políticos de Izquierda.

    En resumen: que la cosa va a seguir igual: los «políticos de la izquierda» mirándose el ombligo, los de «la derecha» (que tampoco son de derechas ni liberales) rellenándose el bolsillo panameño, ministro incluido, y los españoles de a pie seguiremos pagándoles a todos por ello. Y hablando de pagar: hala, a aflojar, que en menos de una semana tenemos que volver a pagar de nuevo más campañas electorales, más carteles, más papeletas y más urnas. Todo por lo mismo.

    Vaya timo.

  2. Me ha encantado tu repaso histórico e histriónico en algunos momentos quizás por reconocer a esa «berdadera hizquierda» y a ese ego estratosférico que gasta el gachó.
    Los hunos y los… los alanos, podríamos decir a ver si entre todos localizan ese bien común que mencionas y que parece que se esconde muy y mucho (parafraseando a Mariano).

    Y me gusta la respuesta, sin duda. Esa es la única respuesta posible.