Ella sentía las manos tibias. Las palmas, ligeramente rugosas, parecían acunar el aire entre los dedos. Los movió suavemente hacia adentro, como para asir algo que estaba y no estaba allí. En un rincón bajo su consciencia despertó el recuerdo de lo recién vivido, de lo que ha sido y de alguna forma química, flotando en la leve capa de aire que envolvía la piel lineada de sus manos, seguía siendo. Sin mover los brazos giró lentamente las palmas hacia arriba. Sus ojos las miraban, aún sin comprender. Quizá un par de segundos más tarde su diálogo interior le ofrecería una explicación, pero ese instante en el mar del tiempo la vio levantar las manos hacia su cara en un reflejo perezoso. Inspiró. El aire tibio con sus moléculas de historia y su recién ganada paz llenó sus fosas nasales.
De repente allí estaba todo. El olor de él. De su piel recorrida con deseo por las manos de ella. De su cuello y de su boca, de su lengua y sus pezones. El aire cálido de su sexo enfebrecido. De sus gemidos, tañidos de su cuerpo por las manos de ella. Del semen derramado. El aroma de su amor, de su pasión, de su recuerdo, de sus lágrimas compartidas, de su vida a trompicones.
Cerró los ojos. Volvió a abrirlos. Miró la palma de sus manos de nuevo y supo que volverían junto a él a renovar su olor.
Este relato ha sido escrito para @divagacionistas en su convocatoria #relatosOlores de diciembre de 2016. La imagen que lo ilustra es CC BY-NC-ND por Ashley Rose (fuente: Flickr).