Mi luna favorita ocurre justo después de la nueva, cuando apenas tiene uno o dos días. La literatura ha hecho llover cascadas de lírica y prosa sobre la luna llena en forma de nocturnos paisajes románticos o monstruos entrevistos a su luz acerada, pero para mí esa luna es poco más que un foco que borra mis queridas estrellas. Prefiero el espectáculo de la luna creciente apenas esbozada al oeste de la anochecida, como un tajo semicircular de luz o una sonrisa franca pero entreabierta, dejando entrever toda su corporeidad con solo mirarla.
Unos prismáticos pequeños bastan para revelar la escasa superficie del creciente como un paisaje en relieve, alfombrado de sombras de montañas y cráteres. Dicen que Galileo, tras construir su telescopio, lo apuntó a la Luna y cambió para siempre la astronomía al percibirla por primera vez como un lugar tan real como el suelo que pisaba. A mí no me cabe duda de que debió hacerlo en las primeras horas de una noche de luna creciente: quizá cartografiarla con el sol cayéndole a plomo, iluminando por completo su superficie, sea más científico. Verla, sin embargo, con luz oblicua y recortada por un terminador —cuánta magia en una palabra, «terminador»— es mucho más humano.
Aún sin ayudas a la mirada hay algo mucho más sutil que observar en un creciente de anochecida. Miro su rendija e imagino el resto de su circunferencia, a oscuras bajo la sombra de la Tierra. Entonces ocurre la maravilla: la Luna entera surge y se hace visible, diferenciándose de la oscuridad del firmamento. ¿De dónde sale la luz tenue que la alumbra? Imagino la Luna en el espacio: una cara iluminada por el Sol, la opuesta en sombras. Imagino la Tierra, igualmente iluminada, pero con la fase invertida respecto de la Luna: desde algún lugar de la superficie lunar a oscuras la Tierra se verá casi llena, cuatro veces más grande. La luz solar que refleja la Tierra acaba iluminando la noche de la cara visible lunar con mucha más eficacia que la luna llena en la Tierra. Es esa luz terrestre la que acaba reflejándose y dispersándose. Parte llega de vuelta en mis ojos formando un detalle leve y poético del cielo. Algo que no estaría ahí si la Luna no fuera un lugar que poder visitar. Ese pequeño gozo llamado luz cenicienta.
Este relato ha sido escrito para @divagacionistas en su convocatoria #relatosLuna de octubre de 2017. La imagen que lo ilustra es CC BY-NC por John Cudworth (Fuente: Flickr).