Siempre tengo la impresión de que quien no me conoce, cree que soy una persona muy seria. Un buen antídoto contra esa impresión puede ser esta charla, mi segunda aparición en Naukas Bilbao, en 2015.

Agitaba tanto los brazos que, de haber estado en un planeta con una atmósfera más densa o una gravedad superficial menos intensa que la Tierra, probablemente habría levantado el vuelo. Pero, anécdotas de mal conferenciante aparte, el problema al que hago referencia en este monólogo de comedia disfrazado de charla divulgativa —o viceversa— sigue existiendo.
Las agencias espaciales siguen mirando hacia otro lado cuando se trata de estudiar lo que, sin duda alguna, terminará ocurriendo en cuanto completemos la comercialización del espacio. Algo que se veía venir en 2015, pero que en 2023 estamos viviendo ya a toda máquina, con cada vez más países y empresas capaces de mantener hábitats por encima de la línea de Kármán y hacer llegar tripulaciones hasta ellos.
Ahora, una startup quiere determinar si la concepción humana es posible en el espacio. Seguramente los humildes pececillos del experimento Medaka tendrían, de estar vivos a estas alturas y poder mantener pensamientos algo complejos, alguna opinión al respecto. Pero es cierto: peces y humanos somos ambos vertebrados, pero extrapolar directamente los resultados experimentales de 1995 a la fecundación de Homo sapiens parece un tanto peliagudo.
Hay cierta polémica sobre si el experimento de fecundación in vitro que prepara SpaceBorn United supera límites éticos. Personalmente, me llama la atención lo extrañamente específico del nombre y me plantea cuestiones acerca de su modelo de negocio. Pero lo que parece cada vez más fuera de lugar es la actitud de las agencias espaciales hacia un hecho, el sexual, que acompaña al ser humano allá donde va y que no se detendrá, milagrosamente, por encontrarse metidos en latas de metal, muy por encima de la Tierra.