Bifurcación en un camino dentro de un bosque de árboles de hoja perenne.

Libre albedrío

¿Existe el libre albedrío? Esta es una de esas cuestiones que, cuando más se acerca uno a ellas, menos sentido parece tener. ¿Qué es el libre albedrío cuando todo lo que somos parece ser un conjunto de neuronas interactuando, conectadas al exterior por sensores y actuadores depurados a lo largo de millones de años de evolución natural, que crean un «yo» (como postuló Hofstadter) como un objeto autorreferencial que se relata el mundo a sí mismo?

La ciencia nos ha sacado del centro del Universo, del centro del sistema solar, de la cima de la evolución y del trono de «único animal racional», «con lenguaje» o «con percepción del yo». Ha demostrado que esos conceptos son, en el mejor de los casos, falsos. En el peor, absurdos. Todas y cada una de las veces, nos hemos sentido insultados, vejados, menospreciados y arrastrados por unas leyes físicas que, precisamente porque empezamos a entender, sabemos que no entendemos.

Es indudablemente más cómodo refugiarse en la certidumbre manufacturada. Pero nuestra creencia tiene tanto poder sobre el ser de las cosas como la tela de la venda que nos tapa los ojos ante el pelotón de fusilamiento. Negarnos a intentar comprender la realidad no nos sostendrá en el aire cuando marchemos, confiados, hacia el precipicio.

No solo eso: una creencia basada en el deseo y no en la realidad nos puede hacer peores como sociedad. El libre albedrío está en el principio de una cadena que termina en la venganza contra el diferente y la falta absoluta de compasión entre semejantes. Recorrer o no esos caminos oscuros no es obligatorio, pero ¿no nos hace más propensos a actuar con supremacista soberbia el creernos la cumbre de la evolución, el destino del Universo o… los hijos de Dios?


arstechnica.com/science/2023/1


Nota original en el Mastodón de @brucknerite (podría haber sido borrada).