A continuación os dejo con una versión en texto de la charla que ofrecí durante el pasado Naukas Guardo 2024, el pasado día 27 de abril. La charla original duró veinte minutos, y esta versión está basada en el guion que redacté para prepararla, por lo que no es exactamente igual que lo que pudo oírse en el auditorio de Guardo. Sin embargo, es lo suficientemente fiel. La publico en tres partes consecutivas debido a su longitud. Espero que os resulte interesante.
Dicen que el destino es un bromista con muy mala uva. A todos nos gustaría que se nos cumpliera algún deseo, ¿verdad? Pero ¿y si ese deseo tuviera consecuencias que no hemos podido prever?
Quiero empezar contándoos una historia. Una historia que quizá a los millenials entre la audiencia os suene más de la versión de Los Simpson en uno de los primeros episodios de «La casa-árbol del terror»1. Pero el cuento del que proviene es un poco más antiguo. Se llama «La maldición de la pata de mono»2, y lo escribió William W. Jacobs a principios del siglo pasado.
Es una noche ventosa y desapacible…
El sargento mayor Morris llega a casa de unos conocidos, los White. Un matrimonio mayor y su joven hijo. Humildes y honrados. Morris está traumatizado por su experiencia en el frente de la India. Cuenta que su desgracia proviene de una pata de mono momificada. Cuenta que la pata fue hechizada por un faquir. La pata de mono concedería hasta tres deseos a su propietario, pero lo haría con ironía.
Morris empezó a sentirse agitado por el recuerdo de su experiencia en el frente. Allí se vio envuelto en una escaramuza, en plena montaña, llevando aquella pata de mono encima.
Deseó salir victorioso.
Poco después, se desencadenó un alud. Todos murieron, enemigos y compañeros, menos él. ¿Hizo algo la pata?
No lo sabía, pero en un arranque de furia, la sacó de la caja que la contenía e intentó lanzarla al fuego.
Pero el señor White la rescató, pensando que quizá, si se le pedía algo suficientemente humilde y simple, las consecuencias podrían no ser terribles.
El señor White pidió las 200 libras que necesitaban para terminar de pagar la hipoteca de la casa.
El dinero no apareció.
Morris se tranquilizó y la velada terminó sin más contratiempos. Quizá la historia de la pata de mono era mentira, y lo que le sucedió al sargento mayor Morris, simple mala suerte.
Al día siguiente todo parecía normal. El hijo de los White marchó a trabajar como todos los días a la fábrica. Pero unas horas más tarde un mensajero llegó a la casa con una noticia terrible.
El joven White había muerto en un espantoso accidente con una máquina.
Los directivos de la fábrica ofrecían una compensación a la familia. Doscientas libras.
El cuento continúa, pero nosotros lo dejaremos aquí. Quedémonos, sin embargo, con la idea de las consecuencias inesperadas de un deseo que se cumple.
O, como dejó dicho la inmortal pensadora, mística y poeta Teresa de Cepeda y Ahumada…
Se derraman más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que no tienen respuesta.
Voy a contaros la historia de tres deseos ferroviarios. Uno del pasado. Uno del presente. Y uno, quizá, del futuro. Teresa de Cepeda, más conocida como Teresa de Ávila o de Jesús, nos llevará a donde se expresó el primero…
Una de las fundaciones monásticas que impulsó Teresa de Cepeda fue el convento e iglesia de San José, en Malagón. Malagón es un pueblo como tantos otros, en el norte de la provincia de Ciudad Real.
Pero a finales del siglo XIX tuvo la suerte de encontrarse en la ruta de una de aquellos nuevos «caminos de hierro» que estaban revolucionando el transporte. El que estaba proyectado para unir Madrid con Ciudad Real.
Imaginaos: pasar de llevar tus cosas en carros por caminos polvorientos cuando hace sol o embarrados cuando llueve, haciendo un camino de días… a tardar horas en llegar a tu destino a lomos de un magnífico tren tirado por una locomotora de vapor.
Era 1879. Estaban de moda las patillas como chuletas de cordero y las inauguraciones con obispo y equipo de sacerdotes y monaguillos. Malagón tenía poco más de 4000 habitantes cuando se inauguró el tren, pero ya podrían ir de su pueblo a Madrid en pocas horas. La demanda de los productos de la huerta de Malagón aumentó.
Y los años pasaron. Pero no en balde. El tren nunca fue un negocio muy rentable. Las compañías privadas que lo gestionaban invertían lo estrictamente necesario para que los convoyes siguieran circulando.
¿Mejoras en la línea? ¿Qué mejoras? Y entonces llegó la guerra.
En 1941, con España en ruinas, el Estado tomó el control de las líneas de ferrocarril de trocha ancha, las de 1668 milímetros. Nació RENFE. Pero el dinero, que antes no ponían las empresas privadas, ahora faltaba de manos públicas. El estado hizo lo mínimo para que el tren volviera a circular. En Malagón, como en otros pueblos, mucha gente empezó a desear tener un tren mejor.
Y en 1988, 109 años después de la apertura de la línea, el deseo fue concedido. Gracias a la Expo de Sevilla del 92 habría un tren mejor. Pero no cualquier tren. Un tren de alta velocidad.
Y el tren iba a pasar por Malagón.
Un día de 1988 pasó por la vieja vía un último tren. Las estaciones en el camino iban cerrando conforme sus jefes iban dándole salida con su banderín rojo. Poco tiempo después, los obreros aparecieron. Empezaron a desmantelar la vía para dejar paso a la nueva.
Y un día de abril de 1992, a tiempo para inaugurar la Expo, el primer tren de Madrid en servicio comercial atravesó la nueva vía. Rápido como una exhalación.
Todos estaban maravillados. Por fin tenían un tren moderno. Pero…
Pero el tren ya no paraba en Malagón. La vieja estación del pueblo volvió a abrir, pero como un bar. Desde ella, los parroquianos veían pasar los trenes como centellas, a más de doscientos kilómetros por hora. ¿Ironías del destino?
Malagón exigió su tren. Desde el ministerio del ramo se dijo que «no había inconveniente», aunque «la estación no estaba adaptada» y que «habría que hacer obras». Nadie hizo nunca esas obras.
Esta historia podría terminar como tantas otras veces ha terminado, con un pueblo lleno de casas vacías. Un fantasma de lo que fue.
Pero cuando uno examina los datos, ve que la gente vino y se fue, pero no tuvo que ver con el tren. De hecho, cuando el tren dejó de parar coincidió con el fin del declive demográfico. Desde entonces, la población se ha mantenido aproximadamente estable.
Quizá el tren de alta velocidad no es tan determinante como algunos piensan para atraer o llevarse población de un lugar.
(Continúa en la segunda parte: La maldición de la pata de mono (2/3).)
Comentarios
7 respuestas a «La maldición de la pata de mono (1/3)»
@blog @brucknerite Si me permites una crítica, que quizá en la charla estaba más claro, pero en el artículo creo que no… Me queda claro el deseo del pasado, pero no están muy definidos los deseos del presente y del futuro que comentas al principio
@blog @brucknerite Por cierto, en los textos alternativos de las imágenes, es preferible que dejes para el final el comentario sobre la charla y el número de diapositiva, se hace muy repetitivo cuando hay muchas imágenes
@brucknerite @blog Ah, vale, es que justamente eso de uno/tres es lo mismo que dice la aplicación que uso para Mastodon cuando hay varios Post seguidos en un hilo, ni me di cuenta de que era parte del título
@brucknerite @blog Sí, sí, lo de "continuará" lo leí, pero lo interpreté como que continuaría la historia de Malagón, no como una continuación del artículo
@brucknerite @blog Eso también es verdad
[…] Segunda parte de la versión en texto de la charla que ofrecí durante el pasado Naukas Guardo 2024, el pasado día 27 de abril. Tenéis la primera aquí: La maldición de la pata de mono (1/3). […]
[…] pasado Naukas Guardo 2024, el pasado día 27 de abril. Podéis ver la primera y la segunda aquí: La maldición de la pata de mono (1/3) y La maldición de la pata de mono […]