Un almacén de sacos de patatas. Un hombre está sentado sobre una pila de sacos.

¿Seré yo?

Abundan, en el campo de quienes creemos que el crecimiento económico tiene que tener límite, los que desprecian al economista medio como el único animal capaz de creer que de un saco de veinticinco kilos de patatas se puede extraer un valor ilimitado. Ya sea porque las patatas aparezcan por generación espontánea en el fondo del saco, o por esa deliciosa creencia en que mejoras sin fin en los medios de producción pueden crear derivados de la patata más y más apreciados en los mercados del mundo entero, y por tanto más valor.

Dejo escrito esto solo para recordar que no es verdad. El economista medio, como el director de empresa medio, el lobista medio o incluso el político medio, no es un animal rematadamente imbécil, salvo excepciones. Sabe, por experiencia propia, que si está rascando el fondo del saco de patatas con las uñas, por más pases mágicos que haga no van a aparecer más; podría romper el saco, eso es todo. Y mira con sospecha esas afirmaciones sobre el valor potencialmente infinito de la innovación. Cierto, de vez en cuando alguien inventa las patatas prefritas en espiral o algún instrumento financiero secundario sobre los futuros de riesgos mutualizados de la cosecha de patata, pero estas cosas no ocurren ad libitum en los mercados maduros. Sí, hay más valor que extraer en la economía. No, no es infinito.

Lo que ocurre con todos ellos, economistas, directores de empresa, etcétera, es que creen, o quieren creer, o simplemente afirman que el crecimiento es posible mientras estén, personalmente, ahí. Lo que ocurra cuando hayan saltado a otro barco, o incluso cuando lleguen al elíseo de la jubilación, les trae al pairo. Es, como definió Douglas Adams en su Guía del autoestopista galáctico (tercera parte), un concepto oculto por un campo NEMP (de «No Es Mi Problema»). ¿Crecimiento exponencial? ¡Claro! Pero solo mientras cobre bonus por decirlo en los foros del sector.

Esta hipótesis, seguramente cierta, implica como corolario la existencia de un pardillo final. El que preside sobre el desastre. El que se come la explosión de la burbuja. A veces me siento un poco como el Judas Iscariote del Evangelio según San Mateo, mirando el mundo entero como un saco de patatas y pensando en voz alta: «¿seré yo?».

Comentarios

Una respuesta a «¿Seré yo?»

  1. @blog seré yo… miarma?