Me alegra poder rectificar uno de mis anteriores comentarios (Política energética, del 30 de mayo). El País publica hoy que, después de todo, el impuesto de matriculación sí estará ligado a las emisiones de CO2 de cada vehículo.
Sin ninguna duda, mi nanoscópico grano de arena (mi anterior artículo) no desplazó conciencia alguna; antes bien, la posición de defensa a ultranza de los intereses del sector automovilístico protagonizada por el Ministerio de Industria era incompatible con el talante ecológico (¿pose ecológica?) del actual Gobierno y, sobre todo, con el acuerdo de todos los grupos parlamentarios en esta cuestión.
La forma más probable de aplicación de la nueva norma redundará en una rebaja fiscal de 1.800 € en la compra de un Toyota Prius, con unas emisiones de CO2 de 104 g/km (fuente: IDAE: Consumo de carburante de coches nuevos). Mi coche, por cierto, del que aprovecho para hacer un poco de publicidad gratuita. Pero mejor que yo mismo, que ni siquiera he llegado aún a los 30.000 km, aquí está esta prueba de larga duración, en la que ya han llegado a los 135.000 km sin incidencias (salvo las chapuzas típicas de los concesionarios, documentadas en todo detalle y, hasta donde sé, equivalentes para coches híbridos, de gasolina, de gasóleo y hasta de pedales).
Por cierto, mi consumo medio es de 5,4 l/100 km, un litro menor que el de los probadores. Doy fe.