Encuentro fascinantes las historias de rusos, sobre todo las que implican algún tipo de tecnología. La mezcla de triunfo y tragedia, lo absurdo en nombre del orgullo nacional y, sobre todo, la tendencia mostrada por sus ingenieros a conseguir lo imposible con presupuestos disparatados son un cóctel con efectos casi hipnóticos. Es el caso de la historia del ekranoplan.
El Ekranoplan, conocido en medios del espionaje occidental de la guerra fría como “el Monstruo del Mar Caspio”, no es un avión, ni un barco. Tampoco es un hidroala ni un hovercraft. Se trata de un aparato que medía más de 100 metros y desplazaba alrededor de 540 toneladas a máxima carga a una velocidad de 400 km/h, a un par de metros por encima de las olas. Es la implementación más espectacular jamás concebida del concepto de WIG: las alas de un avión generan turbulencias en sus extremos, pero cuando la distancia del ala a una superficie sólida es menor que su propia envergadura, estas turbulencias contribuyen a sostener el avión como en un colchón de aire en vez de simplemente retenerlo.
Una de las consecuencias más interesantes (y poco frecuentes) de este efecto es que la eficiencia de un aparato que lo aproveche es mayor cuanto más grande es. Un WIG pequeño apenas disfruta de una sustentación mayor (frente a un avión convencional), y la altura a la que debe volar es mínima. Como este modo de transporte sólo es factible sobre superficies planas, el WIG del tamaño de una avioneta estará limitado a volar sobre lagos, y con buen tiempo. Para inmunizarse frente al efecto de olas mayores, el aparato debe desplazar el máximo tonelaje posible, y una mayor superficie alar le permitiría volar más alto.
Estas realimentaciones positivas son mortales de necesidad en la ingeniería. El coste de la inversión necesaria para obtener un retorno aceptable crece con el volumen del aparato, y no existe, por tanto, una plataforma de prueba a escala para demostrar la viabilidad del concepto. Hay que construirlo grande, cuanto más grande mejor. Por eso tenían que ser los rusos.
Aviso: hay que ser muy friki para tragarse los 10 minutos de documental en ruso, sobre todo si no lo hablas. Pero las imágenes merecen la pena. Debe ser que soy lo bastante friki.
Como muchas historias de rusos, ésta termina con fracaso y abandono. Aquí está el Monstruo del Mar Caspio, varado y desvelado gracias a la transparencia de nuestro Brave New World tecnológico. Si tenéis ganas, podéis buscar otro ejemplar, más pequeño, oxidándose cerca de allí.