Hace un tiempo rompí un termómetro de mercurio, de esos que deben estar a punto de prohibir si es que no lo han hecho ya. Quizá pasándome de listo (como siempre que no me paso de tonto) recogí el desaguisado tirando los fragmentos de vidrio a su bolsa correspondiente, que en casa estamos muy concienciados, separando con cuidado el metal líquido en un botecito. El bote fue a dormir el sueño de los justos hasta mi siguiente visita al punto limpio. Entonces mi vida se transformó en algo parecido a un programa de BASIC:
- Ir al punto limpio con el mercurio.
- Escuchar la explicación de la encargada sobre cómo no disponen de medios para recoger mercurio, y sobre cómo los termómetros rotos se reciclan en las farmacias.
- Ir a la farmacia más cercana con el mercurio.
- Escuchar la explicación del farmacéutico sobre cómo en las farmacias se reciclan termómetros rotos, pero no mercurio (!?).
- ¿
GO TO 1
?
Me fascina el surrealismo doméstico, y me tienta recoger unas esquirlas la próxima vez que rompa un vaso para llevarlas a la farmacia, diciendo que son de un termómetro. Mientras me decido, mi botecito con una gota de mercurio seguirá por ahí, fuera del alcance de los niños y de mí mismo cuando me olvide de dónde demonios lo puse.