Estos días pasados saltó la “noticia” gracias al último panorama enviado por la sonda Spirit antes de llegar a su lugar de estacionamiento invernal en Marte. ¿Había un hombrecillo, parecido a Bigfoot para más inri, triscando entre las polvorientas rocas? ¿Bigfoot es en realidad un extraterrestre? ¿Cuánto son cuatrocientos dracmas?
La respuesta, en exclusiva para todos vosotros, lectores de mi blog:
Un euro con diecisiete céntimos.
¿Ah, las otras respuestas? Me lo ponéis más fácil todavía:
“No”, y “mu” (es decir, “la pregunta no tiene sentido”), respectivamente.
Me haría tanta ilusión como al que más, pero es de temer que el fenómeno de la pareidolia, tan típico de un instrumento forjado a lo largo de millones de años de evolución reconociendo patrones como nuestro cerebro, está haciendo una vez más de las suyas. Como cuando lo del conejito marciano y la sonda Opportunity.
En realidad, quería llamar la atención sobre un fenómeno marciano que, con total probabilidad, terminará provocando el fallo de las sondas (ya muy por encima de su vida útil prevista, que era de 90 soles y ha superado los 1300): el polvo. El montaje de al lado muestra el reloj de sol del Spirit, un componente añadido para calibrar la respuesta al color de las cámaras y utilizado con fines educativos y conmemorativos (en la foto puede leerse la leyenda Dos mundos, un sol). Quizá, sólo quizá, el menor de los problemas que los futuros exploradores de Marte encuentren en su misión sea llegar allí.