De vez en cuando pueden verse grupitos de personas mirando el noticiero light emitido por las pantallas de Metro de Madrid. Esta vez las caras normalmente vacías contienen una mezcla de interés e incredulidad. ¿Qué mostraban las imágenes? ¿Un nuevo hospital público-privado de Espe? ¿Doscientos kilómetros más de túneles para la próxima legislatura?
Un robot. Un robot japonés, como casi todos (¿qué tendrán con los robots esa gente?) Uno lo suficientemente inteligente como para hacer algunas tareas de la casa. Aquellas personas estaban, quizás, dándose cuenta por primera vez de que la próxima revolución, la de la robótica, está ya a pleno rendimiento. Más importante aún, algunos podrían estar recordando cómo era el mundo antes de la anterior revolución, la de la informática, y temblando ante el brutal cambio que se avecina.
Asimov ya se dio cuenta hace años de que un factor fundamental para la permeabilidad de los robots en nuestra sociedad es su “humaniformidad”. Todo en nuestro mundo está calculado y optimizado (los arquitectos recordarán el Modulor de Le Corbusier) para la figura humana. Escalones, conmutadores, lavadoras. Todo. Conforme la tecnología de sensores, servos y procesadores avanza, se miniaturiza y se abarata, el robot generalista, entendido como la contrapartida al brazo de soldadura de las cadenas de montaje, se aproxima a la vida diaria. Que este robot universal tenga forma humana sólo es cuestión de practicidad.
El robot humaniforme resuelve un problema, pero creará otro que Asimov también previó. Los roboticistas se enfrentarán con el Complejo de Frankenstein. Es dudoso que las inimplementables Tres Leyes de la Robótica puedan detener una reacción que, para cuando la producción en masa de robots generalistas esté madura, habrá alcanzado proporciones de yihad. No deberá sorprendernos que los primeros asistentes robóticos producidos en masa sean físicamente más pequeños que nosotros, y que sus rasgos sean caricaturas a lo manga de niños, en un intento de hacerlos menos amenazadores. Nunca como el ambiguo y esquelético robot de aquella peli de Will Smith, que se parecía a cualquiera de las historias de robots de Asimov casi tanto como un huevo a una castaña.