La Constitución Española. Sí, amigos, esa norma indeformable que nos protege de nuestras ansias asesinas para con el vecino del quinto, rojo/facha de mierda (táchese lo que proceda). Esa Ley Fundamental que, hasta hace como quien dice 72 horas, era del todo intocable, inasible e inconsútil (esa la miráis, so vagos). Ahora resulta que, con la motivación adecuada —llámese ésta Angela Merkel, Nicolas Sarkozy o la conocida canción de título “O pasas por el aro o tu deuda va a valer menos que el papel de váter usado”— la Constitución es flexible, maleable y vale hasta para hacer tornillos.
Llamadme quejica, pero he de reconocer que me he cabreado lo mío. Dice uno, en comandita con unos cuantos centenares de miles de ciudadanos que se han molestado en salir a la calle para pedirlo, que hay que cambiar la Constitución por un quítame allá esas injusticias sociales. O por la tontería del Borbón, o por cualquier otro fósil de los tiempos de Paquito —no el Chocolatero. Contestación: hombre, no me seáis ilusos, los consensos de la Santa Transición son ya imposibles, y así. En esas que llega Míster Mercado y señor, sí señor. Ya está cambiada, señor. ¿Referéndum? Ya le votaron a vuestra merced cuando… Cuando quiera que le votaran. Señor.
Suerte tengo de vivir en estos tiempos que nos han tocado. ¡Gracias, libertad de prensa del siglo XXI! Aquí está en toda su gloria bipartidista: El nuevo artículo 135 (El País). Os doy cinco minutos para que lo leáis, ni uno más. Pasaré lista a la vuelta.
[Intermedio, como en la versión completa de 2001.]
Hola, hola. De nuevo con vosotros, compartiendo la cómoda ficción de que os habéis leído el texto. Antes de proceder a volcar sobre vosotros mis conclusiones sobre semejante cumbre de la legitimidad democrática citaré mi pliego de descargo habitual. Ahí va:
No. Soy. Jurista.
De hecho, tengo un blog, así que casi por definición no sé mucho de nada. Opinólogo aficionado, todólogo en mis ratos libres. Si os tomáis esto en serio, necesitáis ayuda.
Dicho lo cual, procedamos al despiece. Para empezar, el artículo 135 no dice nada. En absoluto —como el vodka. Ni siquiera entra en la definición de los términos que dice regular (véase el punto 5), mucho menos en su cuantía, cuya precisión refiere a una futura ley orgánica. Según cierto prócer de los que dicen “socialistas” esto es intrínsecamente bueno, puesto que libera a la Constitución del triste papel de ser, a palo seco, un arma del capital contra sus queridos consumidores-esclavos. Según vuestro humilde servidor (ejem, yo mismo), a un futuro gobierno se le podría ocurrir redefinir el equilibrio presupuestario en términos del número de hígados por persona, fijarlo en 0,25 y ordenar al Tesoro que compre acciones de bodegas de vino Chianti. Una ulterior reforma constitucional, naturalmente sin referéndum, podría encargarse de la ligera inconsistencia entre tal interpretación y el actual artículo 15, para que donde dice “integridad física” diga “integridad física —salvo en las partes que conciernen al interés público, y en particular al delicioso hígado”.
En segundo lugar, la forma del artículo 135 —o su falta de ella, para ser más exactos— debería hacer sonar una alarma en las cabezas de todo el que sepa algo de programación. ¿Es que no lo veis? El propuesto 135 es ¡un puntero! Además, apunta (es decir, hace referencia) a una ley que no está aún definida. ¡Es un puntero suelto! Por el amor de quien queráis, parad esto, o los programadores que se vean en la fatídica obligación de aprenderse la Constitución para regurgitarla en alguna oposición a funcionario de aquí a que se especifique la ley orgánica que dé contenido al 135 se bloquearán sin remedio. Algunos con un kernel panic, otros con una NullPointerException
—dependerá si son de C o de Java. La futura oleada de programadores-opositores zombis pesará sobre vuestras conciencias como un tráiler lleno de plumas. Estilográficas.
En tercer lugar: la ley orgánica que dará sentido al artículo 135 tiene que estar lista, por la Disposición Adicional Única, antes del 30 de junio de 2012. ¡Eso es ya mismo! Es como cuando empiezan las ofertas de verano del “compre ahora, y no pague hasta octubre”: ¡significan que octubre está a la vuelta de la esquina! Además, es picar en una de estas y el tiempo empieza a correr más deprisa. Lo dice la Relatividad General de Einstein, en algún sitio. En serio, no queda ni un año para eso, y un año se pasa volando cuando hay otras cosas que hacer, como prepararse café por las mañanas.
Y ya por último: ¿montáis todo el tinglado para retrasar la aplicación definitiva de la norma hasta 2020? (Sí, en medio de la errata del segundo segundo punto de la Disposición Adicional Única, ahí está.) Veamos… Si para 2020 no hemos redactado una Constitución popular, colaborativa y dospuntocerista digna de tal nombre o las máquinas no se han rebelado y nos han puesto donde nos corresponde en el panteón de especies extintas, desde luego que nos merecemos un techo del déficit. Uno negativo sobre el PIB, de manera que estemos forzados por ley a ganarnos dinero a nosotros mismos. Así podremos usarlo para el bien, por ejemplo, entregándoselo a los especuladores globalizados en pago por no rebajar nuestra calificación crediticia a triple Z, la Copa del Mundo de fútbol a Copa de Santa Coloma de futbolín y el Metro de Madrid a 67 centímetros. Exactamente lo que tendremos que hacer, de todas maneras.