Lejos de aquí

Tenía ocho años y ya se había dado cuenta de que el sueño de su vida, viajar entre las estrellas a bordo de una nave espacial, sería imposible. Odió a la persona que se lo hizo entender desde la ventana rectangular del televisor en color nuevo de su casa, una noche de finales de verano. Lo odió con la misma fuerza con la que le transportaba a los confines del tiempo, del espacio y del conocimiento de su especie. Lo odió con toda la pasión que aquel científico le contagiaba a través de las ondas. Lo odió a la vez que lo maravillaba.

Muchos años más tarde se encontró a sí mismo, otra noche de verano, mirando al cielo. Siempre tenía esa sensación: podía invertir el sentido de la gravedad a voluntad. Solo tenía que tumbarse en el suelo y abrir bien los ojos. Las estrellas de diferentes brillos y sutiles colores, el leve rastro humeante de la Galaxia, la absoluta negrura del principio de los tiempos acababan retorciendo su perspectiva, haciéndole sentirse como un insecto agarrado a una piedra suspendida en el infinito. Recordó aquel sueño de su niñez, aquellas brillantes naves espaciales de las películas explorando lugares donde nadie había llegado antes. Recordó a aquel científico al que ya no odiaba más que al tacto de una vieja cicatriz.

Sonrió al cielo con una amargura leve, sabiendo como solo un adulto sabe que hay otras distancias infranqueables aparte de los caminos de las estrellas: las que siempre habría entre sus sueños y la realidad.


Este relato ha sido escrito para @divagacionistas en su convocatoria #relatosDistancia de mayo de 2017.