Con frecuencia, el maltratador descarga en el objetivo de su ira no sólo golpes, físicos o psicológicos, sino también la responsabilidad y la culpa de la situación. Asco y vergüenza aparte, justificaciones como “si es que me provoca”, “se lo tiene merecido” o “va buscándoselo”, entre otras del mismo jaez, salpican el discurso de estos individuos. Salvando las distancias entre lo personal y lo colectivo, lamento comprobar como el reelegido presidente Rodríguez Zapatero ha vuelto a pecar de ingenuidad en su discurso de la victoria al afirmar que se abre “una nueva etapa sin crispación” (El País). Simplemente no está en sus manos. La opinión pública lleva ya años representando el papel de extremo débil en una relación malsana, y como en otras relaciones similares, una parte de esta opinión se ha hecho dependiente de este maltrato y ha descargado sus culpas en el destinatario de la violencia (verbal).
El maltrato individual y la crispación política tienen muchos puntos en común, pero uno de ellos no es su racionalidad. Mientras en el primer caso nos encontramos con una situación similar a un desorden mental, en el segundo se despliega toda una estrategia política destinada a fomentar no tanto el voto del simpatizante propio, sino la abstención del ajeno. Gracias al propio Partido Popular, por boca de Gabriel Elorriaga, esta hipótesis ha dejado de serlo para convertirse en la certidumbre de la estrategia documentada: Right sows doubt among waverers (Financial Times). Dados los resultados electorales, no es posible decir que la estrategia de la crispación haya tenido un éxito completo, pero tampoco se puede hablar de fracaso sin paliativos. Con un 99,79% del escrutinio completado, el PP ha mejorado sus resultados en 2,42 puntos porcentuales, 391231 votos y 5 escaños. Esperemos que el diagnóstico que sin duda emitirán los consejeros áulicos correspondientes no incluya un incremento de la dosis.