Ya está dicho casi todo acerca de la Educación 2.0, por lo que el artículo de El País El Gobierno planea un “cheque digital” de 50 euros a cada escolar no hace más que clarificar algo que los bienpensantes (o malpensantes) que en el mundo somos ya nos olíamos. Es una medida anticrisis más, con la que se busca mejorar la demanda de artículos de (ciertos) proveedores informáticos y de las editoriales de libros de texto. Que la educación en sí misma mejore como consecuencia de ello está por ver, y la simple ilustración que acompaña al texto del artículo de El País ofrece una pista reveladora.
Observad la fotografía. Un niño realiza una actividad trivial sobre una pizarra electrónica. Vaya por delante: poco importa que lo de mover estrellas y corazones sea poco exigente desde el punto de vista de un carca como yo, ex-sufridor de la EGB. Con cinco años leíamos resúmenes de El Quijote, pero mi padre, con la misma edad, resolvía raíces cúbicas y se aprendía todos los afluentes del Duero, en orden desde su fuente a su desembocadura, a izquierda y derecha. Es el chiste del agricultor y el saco de patatas, otra vez.
El primer problema real es que la actividad parece pensada para demostrar las posibilidades de la tecnología, más que como algo realmente didáctico. Me corregirán los pedagogos de la audiencia, pero un niño de cinco años ya debería saber encajar estrellas y círculos en agujeros de las formas respectivas. Seguramente no sabe hacerlo en una pantalla táctil, pero aprender esa rutina no le lleva a mejorar su percepción espacial, sino… a manejar pantallas táctiles. Windows solía llevar un “programa de bienvenida” que, entre otras cosas, enseñaba a hacer doble clic con el ratón. ¿Ejemplo de destreza necesaria para la vida? ¿Para el uso de ordenadores? ¿O para usar Windows, específicamente? El primer problema de la tecnología aplicada a la educación es que se transforme en educación para el uso de una tecnología: no es extraño que en Microsoft Ibérica estén salivando.
Pero hay un segundo problema, todavía más grave. Observad con atención la imagen (navegad si es preciso a su versión ampliada, ¡pero aseguraos de volver, necesito los lectores para mi ego!) ¿Qué se ve en la espalda del niño? Podrá ser muy natural para un adulto acostumbrado a interminables sesiones de powerpoint en la penumbra de una sala de reuniones, pero la proyección de la imagen sobre la pizarra electrónica no parece conducir a un entorno ideal para dar clase a niños. ¡Cerrad las ventanas, apagad las luces, que no se ve! No sé vosotros, pero yo creo que mis hijos deberían aprender en un entorno lo más parecido posible al de la vida real. Esa que hay cuando dejamos atrás el ordenador y salimos a comprar el pan o a pasear en bicicleta. No me baso en un argumento romántico y retrógrado de nostalgia por los tirachinas y retorno a los orígenes, sino en que somos animales. Hemos evolucionado en unas condiciones específicas que nos permiten dar de sí el máximo, también para el aprendizaje. Estas condiciones ¿desafortunadamente? no incluían mirar formas luminosas en dos dimensiones, proyectadas sobre la pared de una cueva. En principio, como recurso a la extrañeza, el método pedagógico implícito en el uso de una pizarra electrónica podría ser positivo en ocasiones. No quiero, ahora bien, que mis hijos se transformen desde ya en trasuntos de espectadores platónicos, viendo sombras en la oscuridad, y dudo con toda la intensidad de que soy capaz de que una enseñanza que gire alrededor de semejante artificio mejore las ya pobres condiciones del aula industrial. Escolar, quería decir.
Como no hay gran argumento que no tenga tres partes, aquí va la tercera. Más importante todavía que lo anterior: observad de nuevo la imagen. Encima y debajo de la actividad hay elementos de interfaz de Windows. Una vez más, como adultos maleados, damos por sentado que nuestra actividad diaria esté enmarcada por barras de título, menús, barras de tareas, botones “inicio”. Podemos borrarlos mentalmente. ¿Pueden mis hijos? ¿Admitiríamos en las aulas una pizarra convencional en cuyos bordes hubiera bolsas de caramelos, bocinas y panderetas? Soy consciente de que toda tecnología implica una serie de elementos auxiliares que sirven a la propia mecánica de la cuestión, pero no a su fin último. Así, la palanca que abre el capó de nuestros coches no sirve para conducir, pero tiene que estar ahí. A nadie se le ocurre activarla mientras el coche circula (o a casi nadie). Las pizarras de toda la vida tienen un borrador y una bandeja para recoger polvo de tiza. Pero no lo olvidemos: una pizarra electrónica no es más que una pantalla de ordenador glorificada, y un ordenador es una máquina de propósito general. ¿Es aceptable que nuestros niños, a propósito o por descuido, puedan…
- …Cambiar el idioma de la sesión que manejan?
- …Desactivar el acceso de red?
- …Acceder a la configuración de la máquina virtual de Java? (¡Y parece que el ordenador de la foto tiene dos!)
- …Minimizar el navegador que ejecuta su actividad? (¡Explorer!)
- …Cambiar el tamaño del texto que ven, para tal vez hacerlo ilegible o tan grande que no quepa en la pantalla?
- …Cerrar el navegador que ejecuta su actividad?
- …Apagar el ordenador?
Un principio clave, no sólo del e-learning sino de diseño de interfaces en general (ni siquiera restringido a los ordenadores) es que una máquina tiene que presentar controles (affordances) para las funciones que debe realizar, y ni uno más. Que mis hijos aprendan a manejar ordenadores puede ser un objetivo interesante, pero no debe imponerse a la intención fundamental de hacer que vayan al colegio todos los días: que aprendan. ¿Tendré que esperar a la Educación 3.0 para eso?