Miguel Santander, de profesión astrofísico —o, en sus propias palabras, astroforense— ya estaba curtido en la lid del cuento y la novela corta. Su primera novela, El Legado de Prometeo, es un libro simplemente espectacular. ¿Qué se oculta tras la portada?
Una historia de personajes. Personajes bien desarrollados, llenos de fallos y contradicciones. Cercanos y normales, aunque en una situación extraordinaria. Con suspense. Y giros de la trama. Una situación anclada siempre en ciencia rigurosa y profunda. Ciencia ficción de la dura protagonizada por el cambio climático que está y la política que viene. Ese desierto de Castilla futuro, que hoy vemos nacer, impávidos. Los agujeros negros, el proceso de Penrose y la energía que de ellos podría extraerse. El mundo que crea Miguel es tangible y plausible. Pasea por la senda al borde del precipicio distópico, pero sin salirse nunca. Dibuja una Tierra finisecular —de nuestro propio siglo XXI— que podría ser la nuestra.
Cuando la historia requiere de sustento más allá de la ciencia conocida, destaca la brillantez y coherencia de sus especulaciones. La gravedad cuántica, una teoría futura que integrará las exactas pero dispares física cuántica y relatividad general, se insinúa a través del relato en dosis justas, sin recargadas —y seguramente erróneas— explicaciones. La descripción de la inteligencia artificial, más allá del recurso a la computación cuántica, entra en terrenos más propios de la psicología, en la línea de obras maestras del género como el 2001 de Clarke. La “termosociología” es un interesante invento, que hunde sus obvias raíces en la psicohistoria asimoviana.
Siguiendo por este camino de referencias como migas de pan, un lector que puntúe medianamente alto en el Geek Test (servidor, 40%) disfrutará con los guiños y pequeños chistes desperdigados aquí y allá en el texto. Desde Futurama hasta Calvin y Hobbes. Pequeños detalles familiares que arrancan sonrisas y que disparan la complicidad con el autor. Con todo esto, quizá os sorprenda la mejor noticia: El Legado de Prometeo no es un libro perfecto. Miguel tiene margen de mejora para las historias que, sin duda, están en el futuro de su línea del tiempo. Sin ánimo de revelar detalles comprometedores: sé que el final tenía que ser así, pero la cuerda de mi credulidad, tan bien tensada durante casi todas las páginas de la novela, sufre un esfuerzo excesivo. Más allá de la responsabilidad del autor, diré que en mi copia electrónica había algún error de formato en el encabezamiento de algún capítulo. La edición en papel estará, sin duda, más cuidada; pero para mí la singularidad libresca ya ha llegado. No caben más libros físicos en mis estantes.
¿Un veredicto? Claro, qué crítica sería esta sin un veredicto. Ahí va: si te gusta la ciencia ficción o estás mínimamente interesado en una extrapolación solvente del futuro no tan lejano, ¡cómpralo ya! No te arrepentirás. No podrás soltarlo hasta que lo termines.