El «Topo», el tren que conecta Donostia con Hendaya por una de las primeras vías electrificadas de España, precursora en la explotación tipo «tren-tram» (hasta 1954 hacía parte de su recorrido por calles de Donostia, como el actual tren-tram de Alicante), ha descarrilado hoy entre las estaciones de Amara y Anoeta sin que haya que lamentar heridos.
Con toda probabilidad, el descarrilamiento se ha debido a un garrote (ver detalle anotado de la foto, en amarillo): un fenómeno que ocurre cuando el carril, al expandirse por encima de su tolerancia de diseño debido a las altas temperaturas, supera la máxima tensión que aguanta la estructura de la vía y la libera provocando una deformación local. Desde el punto de vista de los vehículos, el garrote es como una curva «nueva» en la vía, con un radio de curvatura pequeño. Si este es lo suficientemente exiguo o la velocidad del tren lo suficientemente alta, las pestañas de las ruedas del lado opuesto al de la curvatura de la deformación rebasarán la cabeza del raíl y provocarán un descarrilamiento.
Los garrotes eran más frecuentes antaño, cuando era común que las vías estuvieran construidas bajo el modelo de «barra corta», con carriles de un máximo de 36 metros unidos entre sí por junturas.
Actualmente se mejora el comportamiento de los raíles con la arquitectura de «barra larga soldada»: las uniones entre raíles se sueldan in situ mediante soldadura aluminotérmica.
Una barra larga soldada tiene que mantener sus tensiones internas correctamente neutralizadas para evitar garrotes. Esto se logra ajustando la tensión durante la instalación, y mediante unos aparatos de vía especiales, los aparatos de dilatación, en los que el final de la barra larga, cortado en forma de cuña, puede deslizar sobre el carril adyacente.
El dimensionamiento de las barras largas, su pretensado y los aparatos de vía que controlan las posibles dilataciones dependen del climograma de la zona en la que se instalan. Si las temperaturas aumentan por más tiempo del previsto por encima de ciertos umbrales, el sistema alcanza su límite de estabilidad elástica y se provoca el garrote.
Una temperatura anormalmente baja puede provocar, a su vez, el efecto contrario: una rotura de carril por exceso de tensión.
Los fenómenos extremos a los que nos enfrentaremos con cada vez mayor frecuencia como resultado de la emergencia climática van a afectar de forma grave a todos nuestros sistemas tecnológicos, y muy en particular, al ferrocarril.