Y para toda mi vida, podría añadir, se resume en la humillación anunciada que sufrí hace algunas horas. Y es que, veréis, llevo años deseando agenciarme un sombrero. No sé exactamente cómo lo quiero, pero me imagino que sería calentito y elegante poder llevar mi crecientemente deforestada cabeza protegida por el suave fieltro de un maravilloso sombrero. Tengo un problema, ahora bien. Mi cabeza es grande. Bastante grande. Algunos hasta diríais que muy grande. Palío la cuestión llevando el pelo muy corto, o simplemente adoptando esa pose que a algunos nos cuesta tan poco adoptar y que consigue que nadie me mire más de dos segundos con la mínima atención. Pero eso no llega al meollo, grande, del asunto. Lamentablemente, no es como si los preservativos me estuviesen pequeños; entonces sería cuestión de orgullo olímpico, tú si que vales, machote, campeón. Es la cabeza, sí, la cabeza, estúpido. Cabezón, cabezahuevo, cabezabanqueta. El caso es que yo quería saber cómo me quedaba la mitra con sombrero, y en ningún cortinglés de tres al cuarto había encontrado yo nada que provocara menos que risitas nerviosas de mis acompañantes.
Ayer era un día distinto. Estaba, por pura casualidad, dándome un baño de multitudes en la Plaza Mayor de Madrid. Mal día, olor a bomba fétida y a lo que no es bomba fétida. Pero tenía enfrente una de las sombrererías con más abolengo, no, rancio no, aunque siempre se diga, de la capital. Bueno, sí que era un poco rancio, por lo de los dejes y dijes para turistas que parecen formar parte del decorado castizoide de la Plaza Mayor. Fieles espadas triunfadoras de puro acero toledano hechas en China aparte, quise comprobar ante entendidos qué podía asentar siquiera a cierta presión en este puente de mando con el que la genética y por extensión, Mendel mismo, me han dotado. Sin duda habría algo para mí, pues tienen para todos, con lo que romper la maldición del gitano del mercadillo que le dijo a mi querida madre, un día que intentó encontrar una simple gorra para el aquí escribiente, que si la que se llevare no me encajaba haría mejor con coserme un par de sábanas.
Y heme allá, quiero un sombrero, cómo lo quiere, pues no sé, me basta con uno que me entre y luego veremos, mirada incrédula del dependiente, gris, marrón, verde, gris mismo, a ver qué tal. Más miradas. Parece que no, probemos este más grande. Suerte que había mucha gente, que el de ayer era día de tráfico, de no ser así alguien podría haberse dado cuenta y, superando la discreción del probo comerciante tras su mostrador, lanzar una mortal carcajada. ¿Éste, qué talla es? Una sesenta y dos. Necesitaría una sesenta y cuatro. Si existiera, señor; ésta es la talla más grande. La talla más grande, lo oí, inapelable, cual voz de obispo iracundo enunciando el dogma de la despreservativación. ¿Y que opciones tengo? Si es que tengo alguna, pensaba ya, casi del todo hundido. Pues hacérselo a medida o no llevar nada. Como hasta ahora. Humillado ya del todo, y aún teniendo que dar las gracias, agachaba la testuz creyendo, con más convicción que otras veces, que no saldría a la primera por la puerta. No hay, confirmado, no existen sombreros de mi talla.
Cabezón.
Comentarios
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3 respuestas a «Mi inocentada para hoy»
Falso falsisisimo, los hay hasta la 65:
http://www.sombrerosygorras.com/
y por Dios comprate este que va a estar de moda este año:
http://www.sombrerosygorras.com/indiana_jones/index.html
Por el FSM, qué historia tan tierna!