Se pregunta Paul Krugman, con típica mentalidad estadounidense, “¿Qué le pasa a Europa?” (El País). Con la certidumbre que confiere ser portador de la razón, Krugman compara la magnitud de las respuestas de los EE.UU. y de los países europeos frente a la crisis, para encontrar que los europeos somos tibios, descoordinados y casi republicanizantes. Así es, también en mi opinión: tibios y descoordinados. Lo de republicanizantes lo dejo para los alemanes de la cuerda de Merkel, aunque en ocasiones tenga dudas acerca de qué será peor a largo plazo. ¿Perversos o tontos? Ambas cosas a la vez se antojan imposibles, pero quién sabe. ¿Qué le pasa a Europa?
Muy sencillo. Tenemos una moneda única porque, pese a las dificultades de implementación, era lo más fácil de conseguir. Pero el euro no define Europa como entidad política: otros países han renunciado a sus monedas por la de terceros (o han adoptado tipos de cambio fijos, véase dolarización) y no por ello se han integrado políticamente en el país cuya moneda adoptan. Europa se define, como cualquier otra entidad política, por sus poderes.
Veamos: tenemos un Parlamento Europeo, que, con sus limitaciones, funciona bastante bien; incluso se elige por sufragio directo en unas elecciones que, cada cuatro años, tienen menos participación. Tenemos un Tribunal, el Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas. Funciona menos de lo que debiera, pero quizá esté en el buen camino. Tenemos una Comisión. Oh, sí, tenemos una Comisión, formada por comisarios. Un cementerio de elefantes políticos designados directamente por los gobiernos nacionales y sin más control sobre sus decisiones que lo que nuestros gobiernos quieran imponer. Muy poco, tendiendo a nada. Y tenemos un Consejo, el Consejo de la Unión Europea (no confundir con el Consejo de Europa). Ministros que se reúnen. Ahora dejadme que haga las cuentas:
- Parlamento Europeo: legislativo.
- Tribunal de Justicia de las Comunidades Europeas: judicial.
- Comisión Europea: ejecutivo.
- Consejo de la Unión: ejecutivo.
Replanteemos la pregunta: ¿qué le pasa a Europa? Visto así, es evidente. Sobra uno. Me atrevo a afirmar que sobra el Consejo, aunque la Comisión es una de las fuentes de poder más alejadas de la voluntad popular que han existido fuera del contexto de una dictadura. Curiosamente, la duplicidad del poder ejecutivo no produce una mayor “ejecutividad”. Todo lo contrario: la tibieza y la descoordinación que advierte el amigo Krugman (¡como si fuera el primero!) surgen precisamente de ahí. Europa necesita un ministro de Economía, un ministro de Fomento y un ministro de Defensa, entre otros. Europa necesita un presidente, y no un marrón rotatorio —¿qué van a hacer los checos, ahora que ha prosperado allí una moción de censura? (Respuesta: nada. ¿Le importa a alguien?) Debería elegirse por sufragio directo o indirecto, con un sistema de colegios electorales análogo al de los EE.UU. ¿Puede Europa permitirse algo así?
Dicho de otro modo: con los tiempos que corren, ¿podrá ser de otra manera? Sólo espero que si los estados europeos comienzan a quebrar en cadena, cedan su soberanía a la Unión en vez de separarse de ella para azuzar quién sabe qué conflictos. Lo ha dicho el mismo Krugman: la Segunda Guerra Mundial fue, en el fondo, un gran programa de rescate de la economía financiado con dinero público y sesenta millones de vidas humanas. Funcionó, pero no queremos repetirlo.