El mejor gasto para la educación en este país que podría hacer nuestro bienamado Ejecutivo no sería en tarimas para elevar al profesor ante la vista de sus díscolos estudiantes y realzar —¡qué propio!— el respeto a sus figuras, o en comprarles a todos los enseñantes zapatos de tacón, que saldría más barato; total, para ponerlos más arriba. No consistiría tampoco en llevar a los sufridos maestros a clase escoltados a derecha e izquierda por dos números de la Benemérita, haciendo esta vez un claro outsourcing de autoridad, de plataformas a tricornios. Ni siquiera —y fijáos quién dice esto— habría que comprar ordenadores portátiles con su correspondiente licencia de Windows para todos.
No. El mejor gasto son licencias de Simcity para todos. Jugar y comentar partidas al Simcity debería ser obligatorio en Educación Para la Ciudadanía, y tal vez antes. No puedo terminar de valorar las enseñanzas que un chaval de diecipocos podría sacar de una medida así, pero puedo intentar contar todo lo que yo aprendí.
Aprendí que sin impuestos una administración pública no funciona y punto, pero que un exceso de presión fiscal puede acabar con tu progreso. Aprendí que un parque mejora la calidad del aire y de la vida, pero hay que pagarlo. Aprendí que las mismas infraestructuras de transporte pueden ser excesivas o escasas, dependiendo de la distribución de industria y comercio más que de la propia población. Aprendí que legalizar el juego da dinero fresquito para las arcas públicas, pero que hay que estar preparado para gastarlo en policía si la paz es un objetivo. Vi claro que sin colegios, bibliotecas, universidades y museos, una ciudad no es nada; también vi que si tu pueblo es pequeño, hay que ir poco a poco para podérselo permitir.
Comprendí lo que es la deuda pública, los bonos del Estado y la tentación de imprimir billetes, así como sus consecuencias; las ventajas de fomentar el comercio y lo que supone crear y defender un modelo de desarrollo; lo que cuesta mantener un suministro energético fiable a largo plazo y por qué a veces lo más barato —lo más contaminante— es la única opción; lo que supone garantizar agua limpia a una gran urbe; los planes de respuesta ante catástrofes; la necesidad de hacer y decidir en consonancia con los deseos de la gente, pero no necesariamente en sincronía. Que todo es más difícil, cuesta más tiempo y más dinero, y que el puro azar juega un papel.
Simcity no es un modelo perfecto del gobierno municipal, pero sin duda le gana de largo a la visión actual que nuestros chicos tienen de la cuestión ciudadana, que es… ninguna en absoluto. Señor ministro, negocie con EA, no con Microsoft. Ayude a dignificar su papel y el de toda la clase política mostrando que no se trata sólo —¡ni fundamentalmente!— de tener amigos de profundos bolsillos y cara de hormigón armado.