Atención: este artículo contiene algo de lenguaje desagradable. Respecto de posibles comentarios, censuraré sin piedad a cualquier esbirro del oligarca o aspirante que se atreva a asomar la patita. No está de más recordar que este blog es un avatar en línea de mi casa. Y en mi casa entra quien yo quiero.
El topo quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza1. Yo, sin embargo, le llevo ventaja. Sé quién se ha cagado en mi sueño y no se lo perdonaré jamás. Es una tragedia de bolsillo: uno lleva desde su más tierna infancia soñando con ver a gente caminar sobre la Luna, igual que lo hicieron mis padres en uno de aquellos aparatosos televisores en blanco y negro de su juventud. Recuerdo con la vaguedad precisa de la memoria mil veces reescrita, que lo tenía todo calculado. Tendría seis años, corría 1980. En veinte o veinticinco años me casaría e iría de viaje de bodas a la Luna.
Acerté más o menos con el calendario del casorio, si bien dada mi condición de cincuentón divorciado se os perdona creer que fue lo único en que atiné respecto del tema. Por lo que concierne a la Luna no iría ni yo, ni nadie, ni en veinte años, ni en cuarenta. Qué poco imaginaba en mi niñez lo pedestre que sería la realidad del vuelo espacial tripulado.
Ahora existe una posibilidad real de que alguien vuelva a pisar en el regolito lunar en 2030, medio siglo después de aquellos sueños infantiles. Sin embargo, el oligarca más despreciable del hemisferio occidental ha logrado, por una combinación de atrevimiento, inconsciencia, alguna buena idea —que no es suya de verdad, para eso paga a sus esbirros—, una dosis no nula de buena suerte y cantidades considerables de subvenciones públicas, colocarse en el camino crítico del programa Artemisa. El plan con el que NASA, los Estados Unidos y otras cuarenta y siete naciones pretenden volver a la Luna, esta vez para quedarse.
Los avances en astronáutica vienen de la mano de la empresa del oligarca, que anota éxito tras éxito. Posibilidades objetivamente fascinantes quedan en su haber. Considerad la nave Starship HLS, capaz de colocar cien toneladas en la superficie lunar. Podría dejar allí seis módulos lunares del Apolo y sobraría sitio para los astronautas. Proporcionará a sus tripulantes un espacio presurizado amplísimo, como de nave de ciencia ficción, además de unas vistas inimaginables desde sus ventanas, a cuarenta metros de altura sobre el suelo. El oligarca, no contento con ello, ha concebido una versión futura con capacidad para actuar como base lunar y la ha llamado, sin vergüenza alguna, «Starship Enterprise Edition».
Ya no son solo mis sueños infantiles: también es mi universo de ciencia ficción favorito el que lleva las sucias huellas del oligarca. El que se ha cagado en mi infancia, ha agarrado las heces con sus avarientas manos y ha decorado con su hedionda esencia mis aficiones y mis deseos de un futuro humano en la frontera espacial. El oligarca, el que antes se compró la red en la que hice una buena parte de mi vida social durante quince años. El oligarca, el que fabrica mierda para sicofantes y gana dinero con ello. El oligarca, el que gana elecciones comprando votos para un narcisista anaranjado y senil con un programa político demente.
Para esto se inventó el odio.
#leyendo https://danielmarin.naukas.com/2024/11/25/el-ultimo-diseno-del-modulo-lunar-hls-de-spacex/ #by @eurekablog
- Es una referencia a una pequeña obra maestra de la literatura infantil, «El topo que quería saber quién se había hecho aquello en su cabeza», de Werner Holzwarth. ↩︎
Nota original en el Mastodón de @brucknerite (podría haber sido borrada).
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