La senadora demócrata Elizabeth Warren ha publicado un informe en el que detalla 130 casos en los que Elon Musk, habría incurrido en presuntos delitos de toda clase y condición durante sus, casualmente, 130 días como empleado especial de la administración Trump al mando del DOGE (Department Of Government Efficiency, departamento de eficiencia gubernamental).
Los casos abarcan comportamientos tan dispares como el cohecho, la malversación, el tráfico de influencias, la obstrucción a la justicia, la competencia desleal, manipulaciones variadas del mercado, violaciones de las normativas de seguridad laboral y medioambiental, financiación ilegal del partido Republicano y colusión con gobiernos extranjeros. El resumen que publica el periodista Will Lockett en su boletín Will Lockett’s Newsletter es entretenido, aunque solo sea por el colmillo retorcido que gasta.
Las posibilidades de que Musk sea perseguido por la justicia mientras la actual administración estadounidense se mantenga en el poder son, naturalmente, muy cercanas a cero. Los EE. UU. siempre han sido disfuncionales, pero bajo la segunda presidencia de Trump afirmar que es un estado fallido ya no es ninguna exageración.
Y qué decir de mi milmillonario favorito. Recuerdo cuando saltó el escándalo (que yo ya conocía y que no importó a nadie en absoluto) de los datos manipulados en contra del tren en su famoso pseudoartículo científico Hyperloop Alpha. Sorpresa, ninguna. Musk es, gracias a su escasa capacidad para actuar con discreción, el ejemplo palmario de que el dinero y el poder se realimentan, pero la inteligencia no va necesariamente de la mano de ninguno de los dos.