Revisando —un poco por accidente— entradas antiguas de este blog, que cumplió su mayoría de edad el pasado mes de marzo sin más fanfarria, apareció este texto de hace casi dieciocho años: El amanecer del autoblog. Ahí está, en las profundidades de la base de datos, tras sobrevivir a varias migraciones, en un formato antiguo y hasta con su toque de link rot, el trasunto digital de la decadencia. Arrancaba así:
Antes de lo que imaginas, un blog famoso se revelará como la creación de una mente artificial. O, más probablemente, los propios rumores de artificialidad lo traerán a la luz pública. Poco después, llegará la singularidad de las bitácoras: una explosión de contenidos que hará exponencialmente más difícil que ahora separar el grano de la paja en la blogosfera.
Cuando empecé a hilar palabras y dejarlas en público tenía entre mis intenciones dotarme de una memoria externa. Una huella de mi estado interno que mi yo del futuro pudiera consultar para entenderse mejor, o para reírse de alguien sin caer en el oprobio. Quién sabe. En cualquier caso, lo sé porque lo dejé por escrito. A veces, mi pequeño aspirante a profeta se despierta, da un grito y vuelve a callarse. El blog era el sitio donde dejar constancia, ¿por qué no?
Uno de aquellos partos de ideas, en este caso del Iván Rivera versión septiembre de 2007, resuena hoy como obvia. Planteaba un futuro en el que lo que escribiéramos los humanos estaría ahogado en un océano de letras sintéticas. Textos artificiales publicados desde «autoblogs» que, por mor de su generación computarizada, terminarían formando la masa principal de información disponible. Se haría imposible aquello de lo que disfrutamos durante un breve instante a principios de siglo, la «blogosfera», donde cualquier persona que pudiera componer textos inteligibles, dispusiera de acceso a internet y tuviera ánimo para ello podía encontrar una audiencia de miles, quizá millones. Nadie encontraría nada relevante, nada humano. Los artículos creados por el pensamiento real y no por un generador estadístico de palabras quedarían perdidos como minúsculos diamantes en una playa siempre creciente.
Y de esto hace dieciocho años. No está mal, Iván del pasado, no está mal.