Que la gente importante importa lo demuestra, otra vez, la sección de economía de El Diario Vasco. En un momento dado del pasado viernes podían verse tres artículos distintos, tres, escritos por tres periodistas como tres soles, glosando diferentes aspectos de una misma intervención del consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz.

El espectáculo: una adaptación de teatro de vanguardia de Los Tres Cerditos con un solo personaje. Decorado sobrio, firmado aquí y allá con el nombre del diario autótrofo —que genera sus propias noticias—. Imaz comenzó construyendo, metafóricamente, su casa de paja. ¿El denostado diésel «nos salvó» el día del apagón?
No, el diésel no «nos salvó» el día del apagón. Lo hicieron los técnicos de Red Eléctrica arrancando primero hidroeléctricas y luego ciclos combinados. Cierto, los grupos electrógenos que mantuvieron en marcha las operaciones críticas en sectores como el sanitario son diésel en su inmensa mayoría. Están obsoletos y van a ser sustituidos por baterías y pilas de combustible en todos los casos de uso conforme vayan siendo amortizados, los precios de las baterías sigan bajando y se avance en la descentralización de la red eléctrica.
Imaz levantó su casa de madera sacando el tema de la autonomía de los vehículos diésel. El viaje medio de un ciudadano en coche es de 41,6 kilómetros al día. Muy poca gente necesita de veras la capacidad de recorrer setecientos o más kilómetros del tirón, con la excepción de un número par de viajes vacacionales al año si se hacen por rutas sin cargadores o si se juega uno la vida prescindiendo de descansos. Con respecto a Imaz, puede que se le vea cada semana quemando rueda en la ruta Bilbao-Madrid, pero con su salario de cuatro millones de euros al año no tendrá problema en encontrar un coche eléctrico que le ofrezca autonomías hasta un 50 por ciento mayores que esos 400 kilómetros. Lástima que, a pesar de sus millones, no le alcanzará para comprarse un coche nuclear como el Ford Nucleon, con sus 8000 kilómetros de autonomía teórica.
Finalmente, Imaz sacó aperos de albañil para levantar su casa de ladrillo: la supuesta ideología ecologista, argumento favorito de los extremos centros aquí y allá. El ecologismo puede ser activismo, pero la ecología es una ciencia. No hay barreras ideológicas por encima de la tecnología porque ningún motor diésel emite menos CO₂ en su ciclo de vida completo que uno eléctrico, dada una vida útil razonablemente larga. Es verdad que la fabricación de un coche eléctrico, debido precisamente a su batería, incorpora más CO₂ emitido a la atmósfera que la de un coche de combustión. Pero la literatura científica es clara: dependiendo de la «limpieza» de la generación eléctrica en cada país, esa diferencia se amortiza antes o después a lo largo de la vida del vehículo. Los números varían en cada artículo por la cantidad de factores estimativos del cálculo, pero una estimación bastante conservadora pone el kilometraje de equilibrio para un vehículo del segmento C por debajo de los 103000 kilómetros.
Si el señor Imaz se asegura de mandar al desguace sus coches antes de superar ese kilometraje, puede estar diciendo algo parecido a la verdad. Si no, nos está ofreciendo una ensalada de activismo a las finas hierbas. Neutralidad tecnológica —seamos neutrales, la neutralidad es lo razonable, ni Scorpions ni Bisbal en la inmortal letra de Ojete Calor—. Y los chinos, cómo no: «nos hemos echado en manos de la tecnología de los chinos». Que nos comen los chinos, literal.
Nada como un falso dilema para desviar la atención del problema real: las emisiones de CO₂ imputables al transporte existen. Ninguna cantidad de neutralidad tecnológica nos salvará de los efectos del cambio climático. Y sí, hay soluciones. Mientras se termina el enlace de alta velocidad por ferrocarril, ¿se anima a hacer su próximo Bilbao-Madrid en autobús, señor Imaz? Consume el mismo diésel que vende usted, pero emite menos del 40 por ciento de gases por cada pasajero.
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