Dos surtidores de combustible oxidados y abandonados. De fondo, el mar cercano, de color gris. El cielo está nublado.

Los tres cerditos gasolineros

Que la gente importante importa lo demuestra, otra vez, la sección de economía de El Diario Vasco. En un momento dado del pasado viernes podían verse tres artículos distintos, tres, escritos por tres periodistas como tres soles, glosando diferentes aspectos de una misma intervención del consejero delegado de Repsol, Josu Jon Imaz.

Tres titulares de una misma intervención de Josu Jon Imaz, consejero delegado de Repsol, con fotos de diferentes momentos de su intervención. De arriba abajo: "Josu Jon Imaz: «Las energías renovables son necesarias, pero el diésel fue el que nos salvó el día del apagón»", "Josu Jon Imaz: «Mi opción es un coche diésel porque es el que más autonomía me permite»", " Josu Jon Imaz: «Un motor diésel emite menos CO2 en su ciclo de vida que uno eléctrico. Hay una barrera ideológica por encima de la tecnología»".
Captura de pantalla de El Diario Vasco, editada para mostrar las tres noticias juntas. (Imagen: El Diario Vasco/autor)

El espectáculo: una adaptación de teatro de vanguardia de Los Tres Cerditos con un solo personaje. Decorado sobrio, firmado aquí y allá con el nombre del diario autótrofo —que genera sus propias noticias—. Imaz comenzó construyendo, metafóricamente, su casa de paja. ¿El denostado diésel «nos salvó» el día del apagón?

No, el diésel no «nos salvó» el día del apagón. Lo hicieron los técnicos de Red Eléctrica arrancando primero hidroeléctricas y luego ciclos combinados. Cierto, los grupos electrógenos que mantuvieron en marcha las operaciones críticas en sectores como el sanitario son diésel en su inmensa mayoría. Están obsoletos y van a ser sustituidos por baterías y pilas de combustible en todos los casos de uso conforme vayan siendo amortizados, los precios de las baterías sigan bajando y se avance en la descentralización de la red eléctrica.

Imaz levantó su casa de madera sacando el tema de la autonomía de los vehículos diésel. El viaje medio de un ciudadano en coche es de 41,6 kilómetros al día. Muy poca gente necesita de veras la capacidad de recorrer setecientos o más kilómetros del tirón, con la excepción de un número par de viajes vacacionales al año si se hacen por rutas sin cargadores o si se juega uno la vida prescindiendo de descansos. Con respecto a Imaz, puede que se le vea cada semana quemando rueda en la ruta Bilbao-Madrid, pero con su salario de cuatro millones de euros al año no tendrá problema en encontrar un coche eléctrico que le ofrezca autonomías hasta un 50 por ciento mayores que esos 400 kilómetros. Lástima que, a pesar de sus millones, no le alcanzará para comprarse un coche nuclear como el Ford Nucleon, con sus 8000 kilómetros de autonomía teórica.

Finalmente, Imaz sacó aperos de albañil para levantar su casa de ladrillo: la supuesta ideología ecologista, argumento favorito de los extremos centros aquí y allá. El ecologismo puede ser activismo, pero la ecología es una ciencia. No hay barreras ideológicas por encima de la tecnología porque ningún motor diésel emite menos CO₂ en su ciclo de vida completo que uno eléctrico, dada una vida útil razonablemente larga. Es verdad que la fabricación de un coche eléctrico, debido precisamente a su batería, incorpora más CO₂ emitido a la atmósfera que la de un coche de combustión. Pero la literatura científica es clara: dependiendo de la «limpieza» de la generación eléctrica en cada país, esa diferencia se amortiza antes o después a lo largo de la vida del vehículo. Los números varían en cada artículo por la cantidad de factores estimativos del cálculo, pero una estimación bastante conservadora pone el kilometraje de equilibrio para un vehículo del segmento C por debajo de los 103000 kilómetros.

Si el señor Imaz se asegura de mandar al desguace sus coches antes de superar ese kilometraje, puede estar diciendo algo parecido a la verdad. Si no, nos está ofreciendo una ensalada de activismo a las finas hierbas. Neutralidad tecnológica —seamos neutrales, la neutralidad es lo razonable, ni Scorpions ni Bisbal en la inmortal letra de Ojete Calor—. Y los chinos, cómo no: «nos hemos echado en manos de la tecnología de los chinos». Que nos comen los chinos, literal.

Nada como un falso dilema para desviar la atención del problema real: las emisiones de CO₂ imputables al transporte existen. Ninguna cantidad de neutralidad tecnológica nos salvará de los efectos del cambio climático. Y sí, hay soluciones. Mientras se termina el enlace de alta velocidad por ferrocarril, ¿se anima a hacer su próximo Bilbao-Madrid en autobús, señor Imaz? Consume el mismo diésel que vende usted, pero emite menos del 40 por ciento de gases por cada pasajero.

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Comentarios

3 respuestas a «Los tres cerditos gasolineros»

  1. @blog Me gusta tu metáfora, pero supongo que te has dado cuenta que te estás metiendo en el punto de vista del lobo en este artículo, ¿no? Claro, que nadie dice que no se pueda revisionar el cuento para que veamos que los cerditos son los malos de la narración.

    1. El lobo que se nos ha de comer es, en realidad, el cambio climático. No bastará la casa de ladrillos.

      1. @blog Y para el que te dicen algunos con intereses en que no te prepares diciendo que no, que no viene el lobo mientras ellos … ellos sí se preparan.

        Cuando ocurra algo gordo los pobres lo perderán todo y serán más pobres y los ricos que se han preparado, serán más ricos.

        Eso mientras siga siendo habitable y tal, pero en sus cabezas algunos se piensan que ese día está muy lejos y no es así.

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