A finales de 2023 me vi involucrado en un accidente de circulación. Un choque múltiple del que, afortunadamente, tanto mi pareja como yo salimos por nuestro propio pie. Por la parte de la carne, que es la que importa, no tuvimos que sufrir más que las consecuencias del latigazo cervical. Por la parte del metal, el vehículo quedó completamente destruido. Éxito completo en su segunda misión, proteger a sus ocupantes. La primera, naturalmente, fue moverme de un lado a otro durante cerca de diez años.
Fue mi primer accidente en casi treinta años como conductor. Hasta ese momento, con un total de accidentes con consecuencias físicas de cero, podría haber estado afirmando que «Iván Rivera es el mejor conductor del mundo» sin más oposición que la prudencia y el buen gusto. ¿Puedo hacerlo desde ese instante de 2023? Según los datos de Eurostat, los turismos recorrieron un total de 206577 millones de vehículos-kilómetro en 2023 por las carreteras españolas. En otra tabla, podemos ver que en el mismo año se reportaron un total de 101306 accidentes con víctimas de alguna consideración. Eso significa que ocurre un accidente con heridos por cada dos millones de vehículos-km, o dicho de otro modo, un conductor dado sufriría un accidente en el que resultaría herido de alguna consideración —por ejemplo, sufriendo latigazo cervical— cada dos millones de kilómetros.
Treinta años conduciendo son muchos años, pero no tantos kilómetros para un conductor medio. Una estimación de la Dirección General de Tráfico realizada en 2023 a partir de datos de las Inspecciones Técnicas de Vehículos pone la cifra de kilómetros anuales para un turismo en 13073. Aplicando el principio de medianía, habré hecho unos 400000 kilómetros en toda mi vida como conductor antes de sufrir mi accidente. A partir de aquí se podría profundizar en un análisis estadístico haciendo suposiciones sobre la distribución de los accidentes como fenómenos aleatorios a lo largo de la vida de una persona, pero para la conclusión que voy a derivar a continuación ya no es necesario: es evidente que no soy el mejor conductor del mundo, y ni siquiera soy uno especialmente bueno.
¿Por qué os cuento esto? Porque después del «cero» nacional, el gran apagón peninsular del 28 de abril pasado, se ha repetido una afirmación hecha con anterioridad por prebostes varios. Teníamos y tenemos, supuestamente, «el mejor sistema eléctrico del mundo». Algo como mínimo arriesgado de decir hasta el día 27, y totalmente ridículo después. Con respecto al sistema ferroviario es posible buscar, y encontrar, afirmaciones parecidas. «La mejor red de alta velocidad del mundo» es, se diría, una en la que ocurren con cierta regularidad fallos que resultan en trenes parados en las vías y viajeros varados en estaciones.
La batalla política nuestra de todos los días, dánosla hoy, está particularmente falta de elegancia cuando utiliza estos eventos. No importa que sea para esquivar responsabilidades o para imputarlas. Suena cínico, pero disculpad mi cinismo al plantearme el experimento, necesariamente mental, de invertir los partidos de gobierno y oposición y obtener exactamente los mismos resultados: oposición acusa hiperbólicamente, gobierno defiende con no menos aspavientos.
Cuánto bien nos haría afrontar responsabilidades y auditorías de los sistemas técnicos que mantienen en pie nuestra sociedad con unas moléculas de humildad. Tenemos buenos técnicos, equipamientos homologables a los de otros países y normas razonables tanto en el sistema eléctrico, como en el ferroviario o cualquier otro. No son «los mejores» porque no estamos en un patio de colegio donde está claro quién corre más o quién pega más fuerte. La crítica política es necesaria, y también las explicaciones en las que se nos trata como adultos. «Estamos haciendo lo necesario para restablecer lo antes posible la funcionalidad del sistema» y «aún no conocemos los motivos últimos que nos han llevado a este estado» son dos frases compatibles. Y el consenso social sobre cuál es un nivel de servicio aceptable y cuánto cuesta es algo que tenemos que trabajarnos entre todos. Para ser los mejores en decir que somos los mejores no hacen falta casi impuestos.
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