Es inevitable. Ante situaciones como la del cuestionable robo1 de cable de ayer en la infraestructura de la línea de alta velocidad Madrid-Sevilla, uno se siente legitimado para hacer la pregunta. ¿Cómo es posible que no podamos detectar intrusiones en una estructura vallada? Como es una pregunta retórica, cuya única respuesta posible empieza por «los políticos», os dejo escoger de entre estos tres el remoquete aplastante: «a estas alturas del siglo XXI», «con inteligencia artificial» o «mandando cohetes a Marte».
Y sin embargo —¡ay, sin embargo!, que habría dicho el gran Machado— la cosa no es tan trivial. Vaya por delante que toda la ingeniería es, al final, política. En tanto no nos estrellemos antes contra alguna imposibilidad física o geométrica en nuestro intento, lo que se hace o se deja de hacer depende de una decisión que tomamos como sociedad a través de nuestros representantes. Ni siquiera es estrictamente un problema económico: es obvio que la solución de cualquier acertijo ingenieril pasa por un problema de optimización de recursos. Pero si los recursos existen (una vez más, si no median imposibilidades), decidir dedicarlos a esta o aquella empresa es una elección política.
La configuración española de la red de ferrocarriles de altas prestaciones, dicho esto en comparación con otra red de bajas prestaciones que importa bastante menos en los titulares diarios, fue producto de una decisión política. El estado español se dotó de una red de transporte de la que, en mi opinión, podemos estar orgullosos, y que merece la pena aprovechar, conservar y mejorar. No es un sistema perfecto porque ningún producto humano lo es. Pero en situaciones como las que vivimos con cierta regularidad nos golpea en la cara su vulnerabilidad frente a comportamientos antisociales. ¿Qué hacer?
Solo como muestra de que cualquier problema técnico tiene un buen ramillete de soluciones sencillas, baratas y erróneas, voy a tomar una de las posibles: llenar la traza de las vías con sensores de presencia. Ya estaría, ¿verdad? Bueno, en realidad no, porque de alguna forma tenemos que comunicar la lectura de los sensores con un centro de mando, así que como poco tendremos que dotarlos de medios de conexión. Pero en cuanto resolvamos ese pequeño problema, lo tenemos hecho. Además, un sensor de presencia cuesta cuatro perras, o diez euros adaptando mis referentes monetarios de los años ochenta a hoy. ¿Qué problema puede haber?
Qué problema puede haber. Veamos. Esos aparatos son de uso doméstico, así que tendríamos que buscar algún modelo alternativo capaz de aguantar más de un día a la intemperie. Solo este requisito tonto ya nos multiplica por un factor entre diez y veinte el precio unitario. Estos aparatos tienen un rango de detección de alrededor de diez metros, así que en 4000 kilómetros de red con un ancho a proteger de alrededor de veinte metros hay que desplegar unas ochocientas mil unidades. Un millón si queremos una redundancia mínima. Son sistemas que pueden funcionar con batería, pero hay que cambiarla cada año. Las campañas de mantenimiento van a ser épicas. Además, está el problema de los falsos positivos: destellos luminosos, luz solar reflejada en objetos móviles, cambios súbitos de temperatura, insectos que pasan justo frente al sensor, animales que corren o pájaros que vuelan un poco más lejos, vibraciones en la plataforma —el viento mueve los postes de la catenaria de una forma perceptible, sobre todo desde arriba—, suciedad, telarañas o interferencias eléctricas —el entorno del ferrocarril es de lo más hostil en ese sentido—.
Habríamos terminado desplegando una solución con un millón de aparatos a un coste de centenares de millones de euros, con un mantenimiento anual de decenas de millones, y que generaría, siendo generosos, miles de señales espurias cada día. Es posible calibrar cada sensor para reducir el impacto de esas falsas alarmas, pero esto solo añade problemas en forma de mantenimiento añadido y no elimina los falsos positivos, de los que aún se recibirían centenares diarios.
Efectivamente, nada es tan fácil. Si tuviera menos años, probablemente me lo tatuaría. Pero como tengo la edad que tengo, me conformo con que de vez en cuando me escuchen como experto. Hoy me tenéis en elDiario.es en El robo de cobre, el ‘sabotaje’ que ahonda los problemas ferroviarios.
- Cuestionable porque para un par de cientos de euros de material robado (siendo generosos) uno no monta un golpe en el que te introduces en la traza ferroviaria por tres sitios y haces cortes en cinco ubicaciones diferentes en un lugar y en un momento en el que sabes que la afectación va a ser máxima y las posibilidades de que te atrapen, mínimas. Voy muy escaso de pensamiento conspiranoico, pero me disculparéis que en este caso dude. ↩︎
Comentarios
6 respuestas a «Nada es tan fácil»
@blog Pero tatúatelo, qué más da la edad!!! 🤣
Si, y luego ¿qué viene? ¿Meterme en la mara Salvatrucha? 😂
@blog En el tren de Aragua, que te buscan residencia en El Salvador gratis
Ahí me vendría bien aquel curso que hice sobre criptocosas… 🤔
¡Qué gusto leerte en un medio como elDiario.es! ¡Enhorabuena!
Y qué gusto verte por aquí, después de tanto tiempo. ¡Bienhallado!