Un avión con el rótulo Boeing, estacionado en un aeropuerto. Se ve solo su morro, saliendo desde la derecha de la imagen.

Boeing, por ejemplo

Hubo un tiempo en el que los másteres de negocios enseñaban, totalmente en serio, que la empresa era una organización apoyada en tres pilares. Los clientes, los trabajadores y los accionistas. Tres pilares que pueden redactarse como mandamientos. Primero, una empresa factura a sus clientes y para ello debe asegurar que les proporciona un producto que les satisfaga. Segundo, una empresa genera valor mediante la fuerza del trabajo de sus empleados, a quienes compensa, forma y cuida. Y tercero, una empresa capta capital de empresarios y accionistas, y les retribuye a cambio con unos dividendos.

No me voy a detener aquí en la redundancia entre accionistas y clientes (ambos son fuentes de capital), en la supuesta obsolescencia del concepto de plusvalía que subyace a la relación laboral (Marx sigue teniendo mucho que decir) ni en el problema que supone, considerado en conjunto, que la empresa deba ofrecer un retorno de capital creciente para incentivar a los accionistas a prestar su capital (obliga al valor agregado a aumentar indefinidamente, y, aunque en un instante dado la economía no es un juego de suma cero, no hace falta ser físico nuclear para deducir que en un terreno de juego finito el crecimiento indefinido es una proposición, al menos, cuestionable).

Pero sí quiero notar que nunca estas tres patas se han apoyado con la misma fuerza. En los primeros tiempos del capitalismo, la clave estuvo en el cliente y la producción mandaba, con los accionistas en un cómodo segundo plano y los trabajadores considerados poco más que medios de producción a los que optimizar y explotar. Más adelante, la fuerza de trabajo se organiza: surgen los sindicatos, y el socialismo prende en mentes y, a veces, en cuerpos que sostienen banderas rojas, hoces y martillos. La guerra mundial que empieza a principios del siglo XX y termina en 1945 (con una pequeña pausa para reagruparse, hacer fiestas y desfilar con camisas negras y pardas) arroja un mundo bipolar. De un lado, las tesis del socialismo real han triunfado, creando una utopía bastante distópica por dentro. Del otro, el liberalismo capitalista evoluciona. Comprende que no puede crecer sin que su fuerza de trabajo sea también cliente (esto, el fascista y antisemita de Ford lo vio claro). Se organiza para ofrecer derechos a los trabajadores. Y crea una sociedad llamada, sin sorna, «del bienestar». Una distopía con una semilla utópica en su interior.

Pero los accionistas dejaron de estar a gusto en su papel secundario. El milagro del interés compuesto no hizo más que concentrar riqueza en sus manos, y los años ochenta vieron la eclosión del huevo del alien. «La sociedad no existe», afirma Thatcher. El polo socialista y sus banderas rojas caen. Y el cáncer de la financiarización se extiende por el corazón del capitalismo.

Boeing no es más que un ejemplo. Me hacen gracia los artículos que reaccionan como la proverbial señora bien, agarrándose las perlas al comprobar la extensión de la podredumbre. No, Boeing no es única. Si acaso, explica por qué la industria aeroespacial más pujante de la Tierra, la que puso botas en la superficie lunar en 1969 bajo control de un sector público fuerte y decidido, no puede ya llegar a ninguna parte. Por qué vivimos en un mundo en el que el rentismo impera y la bancocracia dicta políticas bajo el supuesto de que no son política, solo lógica económica. Y finalmente, por qué lo estamos quemando todo, incluido el futuro de nuestros descendientes, a cambio de mantener el color verde en unas cifras. «El mundo se fue a la mierda, pero durante un momento maravilloso generamos tanto valor para los accionistas…»

Un hombre con un traje roto a la izquierda, sentado junto a una hoguera. Tres personas más, sentados a la derecha de la hoguera, le escuchan.
“Yes, the planet got destroyed. But for a beautiful moment in time we created a lot of value for shareholders.” (Fuente: The New Yorker)

seattletimes.com/business/boei @josem_sgp


Nota original en el Mastodón de @brucknerite (podría haber sido borrada).

Comentarios

3 respuestas a «Boeing, por ejemplo»

  1. @blog El capitalismo para los ejecutivos "ahora" se resume en llena la bolsa y sal corriendo y que ya te pillen los accionistas si les queda algo de dinero.

  2. Para intentar aislarse de eso, los empresarios inventaron una familia de conceptos: «propiedad industrial», «know-how», «cultura corporativa». Pero todos, sin fallar, dependen al final de personas concretas. Casi te diría que todo el hype de la IA generativa va de la mano de gentes en sectores que funcionan estrictamente con materia gris (publicidad, medios, consultoría, cine…). Quieren librarse de sus trabajadores tan fuerte que están dispuestos a sustituirlos por loros estocásticos aunque su producción entera se convierta en bazofia (el AI slop).