Las redes sociales nos hacen perder el tiempo.
Las redes sociales nos enfadan.
Las redes sociales nos radicalizan.
Las redes sociales nos roban los datos para venderlos al mejor postor.
Las redes sociales no nos cuidan.
Las redes sociales no buscan nuestro bienestar, nuestra salud mental, nuestro equilibrio.
Las redes sociales no quieren que socialicemos, solo que creamos que socializamos.
Pero las redes sociales son una buena idea.
¿Cómo es posible? ¿Cuál es el problema? Las redes sociales que hemos conocido hasta ahora son redes corporativas. Las empresas que las mantienen son entidades con ánimo de lucro, y ese es su objetivo. El dinero.
Por otro lado, las redes sociales ocupan una categoría de actividades humanas que afecta al ámbito psicológico —para cada persona— y al sociológico— para un conjunto de personas. Las ciencias que estudian los fenómenos humanos individuales y colectivos se enfrentan a complejidades muy profundas y sus resultados no son todo lo sólidos que querríamos. Podemos intentar protegernos con la ciencia en la mano. Pero como otro fenómeno complejo, el estudio del clima y de los efectos sobre él de la actividad humana, nos demuestra: buena suerte con eso.
Nuestro ordenamiento legal, creado para un mundo anterior a internet, nos ofrece una protección muy defectuosa contra los posibles perjuicios derivados del uso de redes sociales. En el mejor de los casos. Y en el peor no nos protege en absoluto. Sabíamos qué era la libertad de expresión hasta que llegó la ola reaccionaria y la secuestró para convertirla en libertad de agresión.
Hay leyes que nos protegen de empresarios sin escrúpulos que pretendan enriquecerse vendiendo veneno por alimento. ¿Llegará un tiempo en que existan otras leyes que nos protejan de estas redes sociales? ¿Leyes que impidan que nos cosifiquen y nos manipulen para extender el odio, el miedo y la oscuridad a favor de un puñado de mercaderes del mal?
Quizá no. Hoy, precisamente hoy, es fácil pensar que no.
Pero la esperanza es revolucionaria. La esperanza loca, absurda, contra todo pronóstico.
Hoy es el día de una iniciativa pequeña, #VámonosJuntas. Abandonemos los Facebooks, los Instagrams, los Tiktoks, los X. Sí, también las redes que se nos venden como descentralizadas sin serlo (Bluesky, miro hacia tus cielos azules que esperan el vuelo de los buitres). Marchemos hacia las alternativas reales, abiertas, donde lo tuyo es tuyo y lo compartes porque quieres. Donde se puede socializar sin un algoritmo diseñado para extraernos minutos de atención para vender al mejor postor. Donde ser una mala persona está penalizado como en las sociedades humanas de siempre, y no premiado por obra y gracia de la «energía masculina» de un criptolai o criptobobo con más dinero que sentido común y en plena crisis de la mediana edad.
No os engañaré. Esas alternativas no son perfectas. Tienen fallos porque las personas tenemos fallos. No son una utopía porque no existe la utopía más que como un lugar en el horizonte. Pero esas redes sociales que se hablan entre sí, ese «universo federado» que llaman «Fediverso», ya existen. Cada vez más personas se involucran en ellas para encontrarse con sus amigos de siempre o hacer otros nuevos. Para compartir lo que nos apasiona. Para defender lo que nos pertenece. Para aspirar a lo que deseamos.
No están terminadas, pero ya podemos habitarlas. Ya soy una alternativa realista no para darnos una vida o una personalidad, sino para enriquecer nuestras comunidades en el mundo real. Para hacerlas más fuertes. Ya son un camino. Uno que podemos emprender. Juntas.
La página de la campaña #VámonosJuntas contiene más explicaciones y unas sugerencias de primeros pasos. Otra buena guía nos la ofrece @rober desde masto.es, uno de los lugares más populares para la comunidad de Mastodón en español.
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