En un artículo anterior os conté cómo una locomotora, la Taurus de Siemens, podía sonar bastante bien afinada y dar una pequeña sorpresa musical a los viajeros que presenciaran su partida desde un andén cercano. No creáis que soy el primero que se da cuenta: la llaman la locomotora «do-re-mi» en algunos lugares.
Pero lo que suena no es una escala normal. La mayoría de nosotros tiene oído relativo. Esto significa que somos capaces de reconocer intervalos. O, al menos, intervalos «fáciles». Octavas, quintas, cuartas, terceras. Sabemos cómo suena el «do-re-mi», que en términos de teoría musical es una escala mayor. Pero la locomotora do-re-mi no suena exactamente así. Suena rara. Escuchadla otra vez.
¿Desafinada? La última nota, quizá. Pero la realidad es, como nos tiene acostumbrados, un poco más compleja. La Taurus no está «interpretando» una escala mayor al arrancar y no, no está desafinada. Lo que hace es una escala de fa en modo lidio.
En los niveles elementales de lenguaje musical se nos explican dos tipos de escalas, los modos mayor y menor. La música que llamamos «occidental» se organiza tradicionalmente alrededor de doce sonidos. Doce frecuencias discretas.

El sonido «número trece», si seguimos la escala, es de nuevo «el mismo» que el inicial. O nuestro cerebro lo percibe así, porque su frecuencia es exactamente el doble que la del primero. Esto es una escala cromática o dodecatónica. Pero, normalmente, las composiciones a las que estamos acostumbrados no usan todas las notas de esta escala —de momento vamos a dejar de lado a Schönberg y sus dodecafónicos; si nos suenan raros es por algo—. Los compositores escogen un subconjunto de notas, y con ello imprimen ya cierto carácter a sus piezas.
Los modos mayor y menor son subconjuntos de siete notas tomadas de estas doce. Si partimos de do, una escala mayor será do-re-mi-fa-sol-la-si. Y una menor, do-re-mi bemol-fa-sol-la bemol-si bemol. Una suena «alegre», y la otra «triste». Pero no son las únicas escalas posibles: hay otros subconjuntos de las doce notas iniciales que explorar.
Un subconjunto relativamente común desde el siglo XX es la escala de blues:

Partiendo del do: do-mi bemol-fa-fa sostenido-sol-la bemol-si bemol. Probadlo en este piano. ¿A que suena… a blues?
Otro subconjunto, menos común, es el del modo lidio:

Empezando en fa se puede tocar solo con las teclas blancas del piano: fa-sol-la-si-do-re-mi. Esto es lo que suena en los convertidores de la locomotora Taurus durante el arranque.
Pero ¿por qué «lidio»? Los primeros que anduvieron enredando con la teoría musical de los que tenemos noticia fueron los antiguos griegos. Lidia fue un reino que ocupó gran parte de la actual Turquía entre el segundo y el primer milenio antes de la era común. Pero nuestro concepto actual de modo lidio proviene de la música eclesiástica medieval. ¿Medieval? «Me pilla lejos». ¿Eclesiástica? «Solo voy a los bautizos y las bodas…». ¿Música? «…» Estáis leyendo esto, así que algo os interesará. Espero. Y aunque no seáis muy fans, fanes, fanses o como se diga, habréis oído hablar de los cantos gregorianos. Un género de música vocal que, pese a su nombre, parece que no fue inventado por el primer papa Gregorio (muerto en el 604 e.c.) ni por ningún otro de sus diecisiete sucesores homónimos, dos de ellos antipapas.
Sí, la historia de la Iglesia Católica tiene sus momentos.
Volviendo al modo lidio, dejó de ser popular con el advenimiento de la edad moderna. Pero no solo vuelven las chaquetas vaqueras y los pantalones de campana. Las modas afectan a cualquier actividad humana en la que el gusto estético tenga un componente clave. La música no es excepción. A mediados del siglo XIX un grupo de alemanes serios empezaron a opinar muy fuerte ante todo aquel que les prestara oídos —y algunos damnificados que no— que la música eclesiástica había perdido su esencia. Que se había vuelto operística. Si me juran que woke se decía «operístico» en el siglo XIX, me lo creo.
Como han hecho desde siempre los grupos de señores serios, se lanzaron a orquestar una contrarreforma. Dieron en llamarse cecilianistas, por la patrona de los músicos, santa Cecilia. Cómo no: había que volver al cantus planus, meter en cintura a la polifonía y sacar brillo a los modos antiguos, como el lidio, el mixolidio o el locrio. Que sí, suena a algo rico de comer, pero en realidad es algo curioso de escuchar.
Pese a obtener cierta sanción de parte de Roma, los cecilianistas no lograron la dominación mundial. Liaron, eso sí, a un puñado de compositores, sea por convicción en sus ideas serias o por curiosidad. Simon Sechter, austriaco nacido en Bohemia —hoy sería checo, pero los países son un invento humano y por tanto no son inmutables— dedicó parte de su inmensa obra al uso del modo lidio. ¿No habíais oído hablar de Sechter? Si lo medimos en número de obras en el repertorio clásico divididas por número de composiciones le podríamos tramitar el récord mundial de «compositor más olvidado» con los Récords Guinness. Se cuenta de Sechter que estuvo varios lustros componiendo una fuga cada día, casi todos los días, hasta reunir más de cinco mil. Solo se encuentran grabaciones de un puñado.
El caso es que debió olerse la tostada en vida, porque se lanzó pronto a hacer todo lo que, según el cruel refrán, hacen todos los que no pueden: enseñar. Sechter se hizo famoso como profesor de música, uno de los más severos de todos los tiempos. Quien quiera que comparta la experiencia de haber aprendido solfeo sabe que eso es decir mucho. Y qué mejor modo de distinguir a un gran maestro que con grandes discípulos, ¿verdad?
¿Verdad?
Bueno, tampoco en eso tuvo demasiada suerte. Por lo que sea, sus discípulos no alcanzaron la fama mundial que los —incontestables— conocimientos de armonía y contrapunto de Sechter les podría haber puesto al alcance de la mano. Estuvo a punto de tener un pupilo genial: Franz Schubert. Pero Schubert ya era bastante famoso cuando decidió ponerse en manos de Sechter para ayudarle a llevar su arte musical al siguiente nivel. Además, tuvo el mal acuerdo de morirse después de su primera clase.
Aunque un profesor de música desatado puede ser una experiencia desagradable, nadie acusó a Sechter de matar a Schubert con sus métodos pedagógicos. Schubert estaba muy enfermo ya cuando acudió a Sechter. Oficialmente de fiebres tifoideas. Extraoficialmente, para sorpresa de nadie que haya leído sobre la Viena decimonónica, de sífilis. Schubert no cuenta como discípulo.
Pero Bruckner sí. O debería.
Seis años estuvo Bruckner aprendiendo armonía y contrapunto con Sechter. Por correspondencia casi siempre. Seis años durante los que Bruckner tuvo prohibido componer nada que no fueran los enrevesados ejercicios de Sechter. No es extraño entonces que los cecilianistas intentaran envolver a Bruckner con sus tentáculos una vez que llegó a sustituir a Sechter en su puesto de profesor en el conservatorio de Viena. Bruckner tenía un concepto de sí mismo bastante pobre y no tendría que haber sido demasiado difícil llevárselo al huerto del monasterio.
Sin embargo, el corsé de las formas medievales era demasiado para un genio innovador de la talla de Bruckner y los cecilianistas no le sacaron gran cosa. En el Gloria y el Credo de sus misas en re menor y en mi menor el primer verso está entonado por un solista como un canto gregoriano, sin instrumentación. Y uno de sus motetes, Os justi, está compuesto en modo lidio en fa.
Dicen que Bruckner es «difícil». Uno de los factores clave en esta dificultad es la longitud de sus obras, poco adaptada a unas ventanas de atención cada vez más cortas. Pero hay un camino para llegar hasta su mundo más breve y poco conocido: sus motetes. Os dejo una interpretación magnífica del Collegium Vocale de Gante dirigido por Philippe Herreweghe. En teoría sería posible interpretarlo con un coro a capela de ocho locomotoras Taurus. Poco probable, pero posible. Cosas más raras se han visto.
Comentarios
15 respuestas a «Conexiones musicales»
@blog Una pregunta maliciosa: Cuánto hace que no escribías sobre Bruckner? Interesante info sobre escalas y muy interesante la web del pianito.
¿Por qué maliciosa? 78 días y 27 minutos. No sé si pensar que es mucho o poco.
@blog Mucho! Para que veas que recuerdo cuando un seguidor es insistente sobre un tema!
@blog Si todavía me va a hacer escuchar a Bruckner, el tío…
¿Debería poner un descargo de responsabilidad en el blog?
@blog
Por si acaso, no sea que no me guste y te denuncie a Abogados Melómanos o a Oídos Limpios.
@blog hasta hace poco viví en un piso que daba a una estación de tren. Cuando arrancaba el Altaria Barcelona-Vigo juro que se oían tres o cuatro notas musicales.
Si no recuerdo mal, el Altaria llevaba una locomotora 252. Las 252 son una serie fabricada en los noventa con componentes diseñados por los antecesores de la locomotora de esta historia. No tengo noticia de que «cante» con notas discretas al arrancar, pero tampoco sería lo más raro del mundo.
@blog perdona, acabo de comprobarlo, es un Alvia. Siempre me hago un lío con los nombres.
Creo que es un 130 https://es.wikipedia.org/wiki/Serie_130_de_Renfe
Sí, el Alvia se suele hacer con el S-130. O con el S-730 «Frankenstein» para servicios con tramos sin electrificar. No me suena que haga tonos discretos al arrancar… Y este lo he visto arrancar unas cuantas veces.
@blog es una pena que ya no viva allí, si no lo intentaría grabar con el móvil… el Vigo-Barcelona suele pasar a las 12 en punto
Pues tienes razón. No recordaba este sonido, pero ahora me fijaré más. Suena como el tema inicial del Así habló Zarathustra de Richard Strauss: un intervalo de quinta y otro de cuarta.
Un S-130 arrancando en León.
@blog ¡Exacto, ese mismo es! Todo un detallazo eso de afinar la locomotora.
@blog
me dice el Firefox que no es segura la conexión a tu blog. No se si es cosa mía.
Pues no sé. Me ha pillado mirando otra cosa, pero el certificado parece que está bien…