Una manifestación de protesta en Boston en segundo plano. En primer plano y centrado en la imagen, una mano sostiene un cartel con fondo rojo en el que Trump (izquierda) y Musk (derecha), en blanco y negro, se besan.

Mi amigo Elon siempre fue un farsante

Hubo un tiempo en que los magnates de la tecnología se dedicaban a lo tecnológico y los políticos, a la política. Puede que intuyéramos, unos más y otros menos, que había alguna relación entre unos y otros más allá del oropel de esporádicos besamanos y educadas declaraciones públicas llenas de algodones y bienquedismo. Unos se afanaban, como los dragones de los cuentos, en meter todo el oro posible bajo sus barrigas. Los otros gobernaban con poco o ningún acierto. Quién nos iba a decir que ambos linajes terminarían emparentando en un matrimonio tan aparentemente contra natura como en realidad a su favor para crear el kaiju que —hoy parece— se comerá el mundo.

Hubo un tiempo en que uno de estos magnates se dedicaba a sus labores en vez de a la política. Sus coches eléctricos, sus cohetes y, en sus ratos libres, ocupar espacio en el imaginario colectivo con apariciones en películas y en series (Iron Man 2, Transcendence, The Big Bang Theory, Los Simpson y tantas otras). Era un espejismo porque todo —todo— es política. Y también era un espejismo porque ese magnate nunca fue quien intentaba parecer con un discurso superficialmente técnico y un uso audaz del talonario. Aún lo intenta a ratos perdidos entre intervenciones públicas entregadas al desafuero, motosierras y saludos romanos.

Ya no engaña a nadie, pero hubo un tiempo en el que no era tan difícil sentirse arrastrado por el caudal de la buena prensa. A finales de 2017 Discovery, la entonces nueva serie de la franquicia Star Trek, estrenaba su cuarto episodio. En él (alerta, espóilers) el capitán Lorca le vendía a su ingeniero Stamets las bondades de un nuevo método de propulsión, milagroso incluso para los parámetros de un universo de ficción acostumbrado a mover a sus personajes de un lado a otro de la galaxia a múltiplos de la velocidad de la luz. Y lo hacía citando a los grandes pioneros: los hermanos Wright, Zefram Cochrane1 y… Elon Musk.

Ahora permitidme el recuerdo personal. Apenas unas semanas antes yo estaba sobre el escenario del Euskalduna de Bilbao dando una charla con el muy evidente título de La hiperestafa del hiperbucle. Como especialista en el negociado del transporte, había empezado a prestarle atención a Musk unos años antes. Tuve que superar el bloqueo mental que suponía la masa de cobertura mediática positiva para llegar al punto de enfrentarme a un patio de butacas con dos mil plazas y decir, ante todos y para la posteridad, que al tecnoemperador estaba, con toda probabilidad, desnudo.

Desde entonces me he atrevido en más ocasiones. Alguna vez un compañero en las lides de la divulgación ha bromeado con que Musk enviaría esbirros para acallarme, pero siempre me he reído con ganas. Nunca he removido más que las plumas de un puñado de fanáticos de gallinero del cienmilmillonario. Y a fin de cuentas, ya estamos en 2025. Marte sigue vacío. Los coches siguen sin conducirse solos. Los tubos con cápsulas moviendo gente a la velocidad del sonido siguen surcando sueños lisérgicos de la tecnomuchachada. Star Trek: Discovery dejó, con su name dropping2 —en sus cabezas sonaba genial— un baldón en el historial de una franquicia por demás muy querida. Y las máscaras, por fin, están ya en el suelo, pisoteadas por la realidad.


  1. El ficticio inventor de la tecnología que hace posible, en el universo de Star Trek, el viaje a velocidades superlumínicas. ↩︎
  2. Cuentan las malas lenguas que fue el actor que interpretaba el papel de Lorca, Jason Isaacs, el que colo la morcilla con la cita a Musk. Quería que le regalaran un Tesla. ¿Lo conseguiría? ↩︎

Comentarios

6 respuestas a «Mi amigo Elon siempre fue un farsante»

    1. ¡No el único, y tampoco el primero! Pero llevo mucho tiempo en la brecha, eso seguro. Y he tenido montones de debates en los que mi contraparte no podía explicarse por qué estaba siendo, supuestamente, tan negativo.

  1. Es fácil hacerse eco de una tecnología que está por venir pero nunca llega, si encima los ricos y empoderados se hacen influencers de dicha corriente tecnológica los aspiradores a ser más ricos se apuntarán al carro de vender la moto. Por otro lado los seres humanos tenemos en la cabeza una idea, que en cierto modo es erronea, «si no está inventado ya lo inventará alguien más listo que yo y si no es este año será al que viene» , aunque eso mine nuestra naturaleza, contamine más que la guerra de gaza o nos provoque adicciones y problemas que antes no estaban inventados (en realidad provocadas por la misma innovación tecnológica que nos hace evolucionar). Y ahora vienen las preguntas filosóficas: ¿Qué puede llevar a uno de los más ricos del mundo a seguir acumulando riquezas si esa persona ya lo tiene todo y lo que no le sobra es el tiempo? ¿Para qué necesito un smartphone si ya se hacia todo antes sin el? ¿la tecnología nos hace más competitivos o más tontos? ¿quién maneja el mundo en realidad?………….

  2. Y encima en la segunda temporada pusieron que Sylvia Tilly fue a un instituto nombrado también en honor de Musk…

    Pero me hace muchísima gracia la nota en Memory Alpha diciendo (¡ojo spoiler!): «As the Gabriel Lorca featured in this scene was an impostor hailing from an alternate quantum reality, it is unclear how accurately he was describing the local universe’s Elon Musk.»
    XDDD

    1. Eso venía a decir yo, que, si no recuerdo mal, era el Lorca del universo chungo 🙂

      1. Por mi parte, no estoy nada seguro de que nosotros mismos no estemos habitando el universo espejo (U.E.) y que en nuestro futuro esté el Imperio Terrano. Eso encajaría con que Lorca (del U.E.) estuviera citando a «su» Musk (también al nuestro) como un pionero.

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